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El otro día me detuve en seco ante un titular: «Una pareja que funciona es una obra de arte». Me picó fuerte la curiosidad y, antes de comenzar la lectura del artículo, me sumergí en Google, buscando estadísticas sobre la duración de los enlaces en ... nuestro país. Si hablan los datos, «para toda la vida» cada vez suena más a quimera. La profundidad de la decepción va ligada al tamaño de la expectativa. Entre un maremágnum de gráficos y números, vi que la duración media de un matrimonio se sitúa en los dieciséis años. Una curva con clara tendencia a la baja. Nuestros abuelos llegaban hasta el final. Algunos de nuestros padres ya empezaron a dar el paso en su momento. Actualmente, mires por donde mires, ves rupturas por doquier, especialmente entre los 40 y los 50 años. Y tiene pinta de que nuestros hijos no están por la labor de frenar el descenso de la gráfica de 'los finales'.
Si hablan 'las artes', el escritor Frederic Beigbeder escribió en una de sus novelas que el amor dura tres años. Ricardo Arjona canta que el amor sin libertad dura lo que un estornudo. Yo mismo canto en 'Por morder tus labios' «para siempre es mucho tiempo, una noche es poco rato…» (perdón por la cuña publicitaria). Son malos tiempos para el largoplacismo. Y el amor –de pareja– no escapa a la inercia. Tal vez pedimos la perfección ajena desde nuestra propia imperfección. Las redes sociales tampoco ayudan. Claramente incitan al individualismo. Nos venden una belleza –estética y vital– artificial e inalcanzable. Es más fácil valorar lo que tienes a tu lado si no te asomas a ellas. De ahí puede partir cierto desencanto.
El escritor Mark Twain decía que «hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas». Puede llevarte muchos años encontrar a esa persona que te complementa. Incluso puedes pasar por la vida saltando de relación en relación sin encontrarla. Pero si das con ese alguien que te hace mejor, más fuerte… me rindo ante el titular que motiva esta columna. Una persona con las ideas claras es peligrosísima, dos personas con la mismas ideas son algo imbatible. Aunque estadísticamente, no irrompible.
Tal vez sea mejor amar «partido a partido», como defiende el Cholo. Aunque mimando la pelota. Huyendo del resultadismo, sin fijarnos mucho en los números de la clasificación. Entrenando a diario y cuidando la estética del encuentro. Suena el silbato de nuevo. El balón está en nuestro tejado. ¿Juegas o eres un mero espectador?
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