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Hay noches grabadas a fuego en mi calendario particular. Me gustan las leyendas sobre la noche de San Juan, la más corta del año. Y, para mí, una de las más especiales. Una de ellas cuenta que el sol estaba enamorado de la tierra y, ... que por ello, se negaba a abandonarla. Por otro lado, los celtas creían que era la noche perfecta para ahuyentar a los malos espíritus, atraer el amor y la fertilidad. Todas estas fábulas giran en torno al fuego y el sol. De origen pagano, posteriormente se cristianizó reemplazando estas leyendas por el relato bíblico de San Juan Bautista. Un santo que guardaba relación con el fuego y el agua.
Cruzar de un salto las llamas. Tirar un papel/deseo a la fogata, o los apuntes del curso pasado. Incluso quemar objetos viejos como metáfora de un nuevo comienzo. Empezar el verano por todo lo alto. Mirar las llamas hipnotizado. Tal vez bañarte desnudo si tu hoguera está cerca del mar, o del río. Comenzar un nuevo amor adolescente que no cruzará la barrera de septiembre. O contemplar las llamas desde un amor más maduro. Invocar las buenas energías. Entregarnos al baile y al jolgorio.
Mis recuerdos me llevan a esas primeras salidas nocturnas, donde todo era excitación ante mi recién estrenada libertad. Siempre me recorría un cosquilleo especial por el cuerpo. Esa noche soñaba con que ese verano iba a ser el verano de mi vida. Y, aunque ninguno se ganó ese calificativo, todos esos veranos juntos –decepciones incluidas– han ido tejiendo mi propia biografía. Como todos los recuerdos están impregnados de música, en mis noches de San Juan se me vienen muchas canciones de Víctor Manuel. En ocasiones tocadas por –y junto a– mi padre, o escuchadas en el Renault 5 de mi tío Adolfo recorriendo el bello valle de Valdeolea, contando cuantas cigüeñas habitaban en los nidos de Reinosilla, pequeño pueblo cercano a mi amada Reinosa.
Este despegue –no oficial– hacia el verano, con las enormes expectativas que la cita conlleva, se presta al buen rollo, a la tertulia larga, regada con vino y amistad. Y, a poder ser, al raso con la luna por testigo. El clima lo permite, canta el refrán «en el mes de San Juan, al sol se cuece el pan». La luz le gana la batalla a la oscuridad y exorcizamos nuestros demonios, mejor llamados miedos. Como bella metáfora del triunfo de lo bueno sobre lo malo. Pero, inexorablemente, tras esta ansiada noche empiezan a acortarse los días lentamente, para volver a desear que llegue la noche de San Juan de nuevo. Pienso, como el protagonista de 'Los días perfectos' (novela de Jacobo Bergareche), que lo importante de la vida es coleccionar minutos de oro. Y presiento que el minuto de oro de mi verano será en la noche de las noches: la noche del fuego.
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