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Recomendación sonora para acompañar la lectura: 'The last day of summer', de The Cure.
Babucha, chinela, chancleta, pantufla, sandalia… Cada cual utilizamos nuestra propia denominación, con mayor o menor tino. Cuando arrancaba el verano, en mis primeras salidas a remar, me topé con un par ... de chanclas –esta es mi denominación– cerca de la zona de las duchas de la playa. Colocadas con cierto cuidado –'a la vista'–, como para que su dueño las pudiera ver con facilidad. El primer día pensé que no durarían mucho tiempo en ese lugar. Mi lado optimista me hizo pensar que pronto volverían a los pies de su propietario, y seguirían recorriendo aceras. Mi lado práctico me decía que acabarían en la basura, no es la playa un muestrario de objetos perdidos… Está claro que la historia sería muy diferente si fuera un Rolex, o un teléfono de última generación. El calzado no interesa siquiera a los 'cazatesoros' de la playa. Columna aparte merecen estos sujetos que pertrechados con esa máquina que rastrea la arena caminan de un lado a otro de las playas cuando la gente va abandonando el lugar. Siempre me han llamado poderosamente la atención estos personajes que sacan provecho de la pérdida ajena.
El caso es que corren veloces los días –como suele suceder en esta época del año–, y las chanclas siguen ahí. Pasaron cientos de bañistas, las jornadas de sol –algunas de lluvia–, noches de luna grande, mareas vivas, me fui a dar conciertos a varios lugares del país…, pero al regresar permanecían en ese mismo lugar, sorprendente y misteriosamente. A todos nos han olvidado, y también abandonado. No sé cuál de estas dos opciones han sufrido las chanclas. Mi lado conspiranoico comenzó a darle vueltas al asunto: el hombre –supuse por la talla– se echó a la mar a nadar, y no regresó jamás. ¿Se dio un baño nocturno con final trágico? ¿Se ahogó? ¿Fue devorado por un animal marino? El verano entra en su recta final, y ellas siguen ahí. Ya no me hago preguntas, ni sigo con las fabulaciones. Solo las miro, y me sale una media sonrisa. Al fin y al cabo todos dejaremos de caminar algún día, y cuando llegue ese momento no me importaría que fuera en este mismo lugar. A los pies del mar. Mientras tanto, caminemos, descalzos o no, disfrutando cada paso.
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