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Recomendación sonora para acompañar la lectura: 'Ese día piensa en mí', de Los Suaves.
«La muerte es un sueño sin sueños», dijo Napoleón. Hace unas semanas se nos durmió para siempre el gran jefe de la familia, el pilar. Mi adorado abuelo Fonso, a ... quien en Campoo le llamaban Andérez –su apellido–. Noventa y seis inviernos bien vividos y un adiós más que digno, casi poético. Una generación de otra pasta. Hubo que trabajar duro desde bien joven, no había espacio para el ensimismamiento. El ocio era una palabra lejana, ajena. Entró de aprendiz en la fábrica (la Naval decía él) y salió de ella como maestro. Siempre contando peripecias de un trabajo que amaba. No se debe llorar en demasía a alguien que llega a la última estación. Tan lejana que no todos la alcanzan. Es allí donde termina la vía, donde la locomotora da contra las toperas, fatigada por el largo trayecto. Se le debe celebrar, y agradecer su legado.
Me deja una interminable colección de suculentos consejos para transitar por la vida, intentaré aplicarlos. Una persona justa y bondadosa. Perdonen la insistencia: de otra pasta.
Aprendió tarde a bailar. Condujo hasta los noventa. Nunca se subió a un avión. Vivió sin redes sociales. Enterró a dos hijos y a su querida mujer, que se fue marchitando por un alzhéimer lento y cruel… Y, aun así, nunca regateaba una sonrisa. Nunca le oías un quejido, ni un solo reproche a la vida. Tal vez por eso llegó tan lejos en ella.
¿Cuesta toda una vida adivinar en qué consiste esto de vivir? Siempre me decía que cuando llegara a buscarle la parca, no viniera desde una de mis giras. Que en la tribu somos muchos. Que alguien haría el ingrato trabajo. Que siguiera con mi labor. Nunca le vi llorar, salvo el día que me entregaron la medalla del Ayuntamiento de Reinosa y se la regalé, colgándosela en su estrecho cuello de espiga. Como él intuía, el sueño final le llegó estando lejos yo. Pero llegué a tiempo a nuestra Reinosa. Me despedí agradecido, le acaricié el rostro pálido y frío –como las nieves de nuestro valle– y pude cerrar la funesta caja de madera quedándome la llave que guardo con celo en mi mesa de noche. Molière decía que «la muerte es el remedio de todos los males, pero no debemos echar mano de ella hasta última hora». Tengo la certeza de que Fonso fue inteligente hasta para elegir el momento de echarle mano a la muerte, y no al revés. Buen viaje, jefe.
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