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para acompañar la lectura: 'Verde', de Manzanita.
El Racing siempre fue de Primera, hijo». Con esta sentencia suelo dar por finalizados los coloquios futbolísticos que mantengo con mi hijo mediano, el más futbolero de mis tres cachorros. La mayor acude a El Sardinero con su cuadrilla —da gustazo ver las gradas plagadas ... de adolescentes—. El canijo apenas acaba de aprender a dar sus primeras patadas a la pelota, ya tiene su 'cami' del Racing, pero aún no nos acompaña al estadio, cuestión de tiempo. Zanjo el debate así para recordar que el hábitat natural e histórico del Racing es la Primera División de toda la vida, maltratada nominativamente en los últimos cursos. Cada temporada cambia de vitola. Le ponen nombres en inglés de dudable gusto y difícil pronunciación. No me deja de resultar paradójico que una liga como la nuestra que pelea mano a mano contra la inglesa lleve una denominación con palabra anglosajona. Paradojas del mercantilismo.
En un mundo previsible, donde queremos tener la explicación de todo –y si no la tenemos la buscamos en Google–, el fútbol aún tiene ese «no sé qué» que le da un punto de fantasía a la vida. Para unos, un deporte absurdo y sobrevalorado. Para otros, una religión. Desde un punto racional pierde toda mística. Pero si te dejas llevar es una fuente de ilusión y una gran vía de escape que, como casi todas las cosas en la vida, con moderación sienta mejor. En los últimos tiempos da gusto ver jugar a nuestro Racing. No solo es de alabar su posición –privilegiada e impensable hace unos meses–, sino el método, la vistosidad de su propuesta futbolística, las formas. Vaya por delante que no voy de entendido, porque no lo soy. Solo es mi visión como simple aficionado/apasionado agradecido a este grupo humano y profesional que está consiguiendo que vivamos un final de curso de ensueño.
Más allá de cómo finalice el decisivo partido de hoy en Villareal –o de cómo resulte el previsible y ansiado play off–, hay que dar las gracias a este grupo de jugadores, cuerpo técnico, staff… por regar Cantabria de ilusión.
Ir de la mano de tu hijo o de tu padre al estadio. El abrazo eufórico tras el gol inesperado. Compartir la derrota cruel con tu mejor amigo… Estas pequeñas-grandes cosas que le echan pimienta a la vida. A una vida «de primera».
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