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En las zonas rurales, la gente es más espontánea que en las urbanas. En las elegantes calles de compra de Santander (San Francisco, Isabel II, ... Lealtad, etc.) todo aviso publicitario se ajusta a norma, impreso en mayúsculas y láser por lo general. Muy al contrario de los avisos que salen al paso yendo por los pueblos de la Cantabria profunda. Donde se dejan fotografiar carteles improvisados con fino ingenio y brocha gorda: «El que tinto lo bebe / y blanco lo mea / con algo se quea». Ante la modesta tienduca de ropa infantil de una aldehuela, fotografío una cuartilla con nota garabateada en boli azul: «Espero que las macetas que me has robado se te vuelvan canívoras» (sic). Una maldición en toda regla, de las que mueven conciencias e inspiran retornos. Que se vuelvan carnívoras las macetas con las plantas y que devoren a quien de la puerta del establecimiento mendazmente se las llevó.
Cerca, en el patio de una tienda-bar con bolera, bajo una higuerona, fotografío una leyenda de todo a cien impresa sobre tablillas de madera verticalmente dispuestas. Rezan así: «NORMAS DE LA CASA: | Enfadarse muy poco. | Saber perdonar. | Gritar sólo de alegría. | Besarse mil veces al día. | Reír a carcajadas. | Abrazarse muy fuerte. | Sonreír cada día. | Llorar sólo de emoción. | Ser feliz y quererse un montón». Lección filosofal que espontáneamente sigue la mar de la gente, alternando el blanco con el tinto, el cocido con el tocino de cielo.
En San Román de la Llanilla, en el restaurante El Llar todos los años se aviva la llama del matacío. Que preside la castiza cuchufleta: «Hubo seis cosas / en la boda de Antón, / cerdo y cochino, / puerco y marrano, / guarro y lechón». En su veteranísima Semana de la Matanza usía tienen las jijas, la borona, el borono y los torreznos. Todo de gochu, al acreditado estilo de la casa.
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