
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Como es bien sabido, pues la estamos sufriendo todos, las economías europeas han pasado en un breve periodo de tiempo de estar preocupadas por el ... fenómeno de la desinflación a estarlo, y de forma muy intensa, por el de la inflación. Aun cuando las alzas de precios no han alcanzado, en promedio, los dos dígitos y aun cuando algunos organismos internacionales confían en que, en aproximadamente un año, las mismas hayan remitido hasta situarse en el entorno del 2%, son tantas las incertidumbres existentes al respecto que pocos confían en que esas expectativas se cumplan. En consecuencia, tanto unos como otros, empresarios como trabajadores, tratan de cubrirse lo mejor posible; los primeros para intentar mantener sus márgenes de beneficio y los segundos para no perder poder adquisitivo. Lamentablemente, y dado que la inflación implica un empobrecimiento generalizado de la sociedad a la que afecta, empobrecimiento que ninguna parte parece querer asumir, la misma implica una lucha feroz por el mantenimiento del status quo; en este contexto, un pacto de rentas, consensuado entre las partes, es más necesario que nunca si no se quiere que los temidos efectos de segunda ronda terminen por llevarnos a una inflación desbocada y a una recesión.
En lo que atañe al caso español, la impresión es que los principales paganos de la inexistencia del referido pacto serán, sobre todo y como casi siempre, los trabajadores. Parece, pues, que quien dijo aquello de que la inflación es un impuesto a los pobres estaba en lo cierto.
Para probar que la afirmación anterior tiende a cumplirse basta con examinar la evolución de precios y salarios en los últimos años, lo cual, para evitar todo tipo de suspicacias, lo vamos a hacer utilizando información suministrada por CaixaBank Research, un centro de investigación al que no se puede acusar de parcialidad.
Pues bien, según la citada entidad, dos son los rasgos que hay que destacar el respecto. El primero, es que la evolución de los salarios tiende a seguir a la de los precios, pero con un cierto retraso: los salarios tardan aproximadamente seis meses en iniciar la escalada y otro medio año en alcanzar su nivel máximo. El segundo es que el incremento final de los salarios es, en promedio, mucho menor que el de los precios; para ser más precisos, CaixaBank Research sostiene que por cada punto porcentual de incremento de la inflación subyacente (la que deja de lado los precios de los productos energéticos y de los alimentos sin elaborar) los costes salariales experimentan, un año después, un aumento por debajo de los 0,4 puntos porcentuales. Dicho esto, CaixaBank Research también considera que la evolución de los salarios responde en mayor medida los aumentos de la inflación subyacente que a los de la inflación general, pero que, con el paso del tiempo, la correlación entre inflación subyacente y salarios se ha ido debilitando.
A partir de los resultados mencionados anteriormente dos son, a mi juicio, las principales conclusiones que se pueden obtener: por un lado, que es cierto que las subidas de precios acarrean subidas de salarios (el peligro de la espiral precios-salario existe) y, por otro y más importante, que los incrementos salariales tienden a ser muy moderados, por lo que es difícil acusarles de ser uno de los principales causantes de los efectos de segunda ronda sobre los precios (el peligro de que la referida espiral sea muy intensa parece ser bastante pequeño).
Sea como fuere, el control relativo de la inflación sólo se podrá lograr si el mencionado pacto de rentas entre empresarios y trabajadores llega a ser una realidad. Para ello, los empresarios deberían renunciar a ampliar o incluso mantener sus márgenes de beneficio; entendiendo que esto puede ser difícil para algunos, no existe ninguna duda que, para otros (así lo reflejan diariamente los medios al dar cuenta de los beneficios obtenidos por muchas grandes y medianas empresas, energéticas y no energéticas), tal renuncia no supondría ningún problema real. Por otro lado, es evidente que la evolución de los salarios tiene que seguir manteniendo la línea de moderación de los últimos tiempos y vincularse estrechamente, como piden los empresarios, al crecimiento de la productividad. El problema estriba en determinar a qué productividad (¿la del sector, la de la empresa, la de cada trabajador?) y en reconocer, y asumir, que la productividad laboral (cualquiera de las mencionadas) no depende única y exclusivamente del esfuerzo y capital humano de los trabajadores.
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Ana del Castillo
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