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Este año no vamos a necesitar los españoles que llegue el 22 de diciembre -y, en consecuencia, la inevitable frustración de que no toque la lotería-, para reconocer que lo más importante en la vida no es que el azar juegue a favor en ... forma de dinero, sino de salud. El día de la salud son todos los del calendario. Todos. Especialmente desde que el maldito coronavirus irrumpió en nuestros destinos, en millares de casos directamente para destruirlos o para marcarlos como el peor de los estigmas. La expansión de la pandemia ha sido tal que múltiples personas conocemos a otras que la han sufrido, por lo que no consiste en un hecho lejano, como ocurre con tantos del variopinto escaparate de la actualidad.
No existe, pues, ningún premio mayor en los tiempos que corren que no caer en las garras del contagio, circunstancia de la que nadie está libre por muchas precauciones que se adopten, pero casi inevitable si no se aplica el sentido común (con lo que ello implicará pronto para uno mismo y los demás). Los descerebrados, tan abundantes en cualquier territorio del hermoso planeta Tierra, son seres peligrosísimos; es decir, otro mal que, a pesar de la detallada información existente sobre qué hacer en un panorama general de contagio, no cesa. Es increíble que tantos individuos sigan sin entender que detrás de cada número de los que integran una cifra o un porcentaje estadístico/técnico se esconde un auténtico drama. Cuando el fondo de un problema gravísimo queda interpretado en exclusiva a través de la sencillez de una cantidad, los seres en teoría racionales decimos adiós sin retorno de ningún tipo a nuestra condición de humanos. Ojo con este tipo de actitudes. Ojo. Además de ser moralmente inaceptables, motivo para un rechazo radical, sin contemplaciones, suelen tener una íntima correspondencia con las que el prójimo mantiene cuando escucha una cifra desgarradora sobre cualquier cuestión que no le afecta y de la que nosotros podemos ser involuntarios protagonistas.
El gran Ernesto Sabato, cerebro lúcido, planteando reflexiones de las que aportan, supo resumir muy bien la esencia de la cuestión. Escribió lo siguiente: «Hay días en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos». Nadie sabe cuándo podrá convertirse en palpable realidad su esperanza, que tantos suscribimos a diario, pero ojalá que acontezca pronto (por pedir, que no quede). Se habrá obrado entonces un anhelado prodigio. Desde esa jornada ya no resultará preciso decirle a nadie que detrás de ciertas cifras negativas hay siempre más, bastante más, de lo que parece.
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