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El mensaje de la Navidad es muy simple: un dios hecho niño ha venido a salvar a todos los hombres. Pero si meditamos ese mensaje, sobre todo si lo hacemos a la vista del panorama socio-político actual, nos revela algunas cosas de una importancia ... yo diría escandalosa. Voy a centrarme en una de ellas, rara vez señalada en nuestro tiempo.
La salvación nos viene por un hombre, por un solo hombre. Prescindamos ahora del dogma de la divinidad de Jesús y del misterio de su encarnación; prescindamos de la visión religiosa del asunto. Fijémonos únicamente en el hecho de que un solo individuo haya nacido y venido al mundo para salvar a su pueblo o, si se quiere, a todo el género humano. La figura del Mesías significa eso: que era necesaria una figura individual para rescatar a la humanidad de su miseria presente. La salvación no vino de un grupo, de un clan, de un partido, la salvación no vino del pueblo. El pueblo no podía dársela a sí mismo. Fue preciso que apareciera un individuo solo, un sujeto excepcional.
Quizá debamos tener en cuenta este hecho al analizar la situación de miseria que atraviesa ahora mismo España. No encontramos el rumbo, no vemos forma de afrontar las amenazas que se ciernen sobre el país, pero no porque los problemas sean demasiado complejos sino porque no hay un solo político con talla suficiente para gobernarlo.
La historia no dejará de facilitarnos ejemplos indiscutibles sobre la importancia de esa figura única. Frente a quienes sostienen que las figuras individuales nunca determinan el devenir histórico sino que este es siempre el resultado de los movimientos de masas, se impone con evidencia el papel decisivo que han tenido casi siempre, a menudo para bien aunque a veces para mal, los grandes genios políticos o militares, los hombres providenciales, por llamarlos así.
Claro que el problema, hoy en día, no es sólo español, pero tenemos la sensación de que en nuestro país se agudiza más: nos falta ese líder providencial, y nos falta desde hace demasiado tiempo. Se ha demostrado hasta la náusea que los partidos políticos no son capaces de solucionarnos ya nada. Las facciones y los colectivos están muy bien para la persecución de fines particulares. En cambio, para alcanzar el bien común resultan ahora mismo tan dañinos que apenas nadie duda de que la situación mejoraría si pudiéramos prescindir de ellos, o, cuando menos, si pudiéramos regresar al bipartidismo. El pueblo español está manco o maniatado. Sus líderes actuales son ineptos, del primero al último. Y el pueblo, por sí mismo, poco puede hacer. Ha habido ocasiones en la historia, momentos excepcionales, en que los pueblos fueron capaces de abrirse camino sin una gran figura dirigente (la España que se alzó en 1808 contra la invasión napoleónica es quizá el último ejemplo). No es el caso de esta España de 2019: el pueblo está dividido y desorientado, presa de pulsiones viscerales, y más ciego y manipulado que nunca.
¿Se imaginan cuál hubiera sido este año el gordo de la Lotería para España? Yo lo tengo muy claro. Que en el Partido Socialista Obrero Español hubiera aparecido un líder digno, un hombre honesto, bien formado intelectualmente, libre de esquemas ideológicos simplistas, firme por igual ante las amenazas del capitalismo global y de los nacionalismos disgregadores y supremacistas. Un defensor verdadero de la solidaridad y de la justicia social. Un hombre íntegro que suscitase la admiración, la simpatía y la confianza no sólo de los militantes de su partido, sino de una gran mayoría del resto de los españoles.
¿Por qué llevamos tanto tiempo sin que nos toque esa lotería? ¿Por qué se ha vuelto tan difícil que el cielo nos envíe a ese hombre providencial (que tampoco sería pedir un milagro contrario a las leyes de la naturaleza)? ¿Será que no nos lo merecemos? ¿O será que de tanto hablar de democracia, del poder del pueblo, de valor de la masa sobre el individuo, del interés superior de la cantidad sobre la calidad, se nos ha olvidado que un solo hombre público valioso cuenta más, mucho más, que cientos, que miles de políticos mediocres?
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