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El pueblo español, aunque quizá alguna vez lo fuera, hace muchas generaciones que no es monárquico... Y tampoco republicano. Tras muchas decepciones unidas a un cierto acervo cultural hoy es prácticamente ácrata. Si se tiene esto en cuenta la vigente monarquía ha de ser excepcionalmente ... ejemplar y transparente en sus actos, para que logre cumplir su función política con el consentimiento del pueblo soberano. Según la Constitución de 1978 el soberano es el pueblo no el rey, éste es únicamente jefe de estado con atribuciones bien especificadas.
La justificación de ciertos actos, en base a diferenciar entre la figura pública y su vida privada, cae irremediablemente en lo espurio en el momento en que se aleja de lo estrictamente familiar y privado. En lo económico, concretamente, es imposible establecer dónde termina lo público y empieza lo privado porque la espesa sombra de lo primero se proyecta inevitablemente sobre lo segundo. Hay que suponer que todos sus ingresos, más allá de la asignación especificada en los presupuestos del Estado, deben ser fiscalizados y aprobados por la autoridad competente, además de hacerse del dominio público. Cualquier otra cosa estará sujeta a sospecha y obrará en contra de la institución monárquica. Esto es precisamente lo que ha ocurrido con el rey emérito. El deterioro de cualquier institución, sino se corrige, termina por ser irreparable y rendirla inútil.
Puesto que la autoridad competente también es susceptible de corromperse, el papel de la opinión pública en su función de denunciar los desafueros de las autoridades es irrenunciable. Cierto que los denunciantes también suelen tener ulteriores intenciones que les inducen a denunciar de forma interesada; pero si la denuncia de determinados hechos está bien cimentada, al punto de no ser aquellos defendibles, viéndose obligados sus eventuales defensores a recurrir a excusas y a intentar neutralizar el efecto de los desmanes poniendo a su lado los méritos del interfecto, entonces, bienvenida sea la denuncia. Bienvenida porque obliga a ponerle remedio, a sanear la institución de manera que pueda seguir cumpliendo con sus funciones a pleno rendimiento y no con una mano atada a la espalda.
Hay una vieja anécdota atribuida al rey Farouk de Egipto, dicen que cuando fue depuesto (1952) pronosticó que dentro de unos cuantos lustros solo quedarían cinco reyes: los cuatro de la baraja y la Reina de Inglaterra. Aludía así al hecho de que, al menos en Europa, sólo el pueblo inglés parece abrigar un verdadero sentimiento monárquico.
Como digo, ese sentimiento no existe en el pueblo español y en las últimas semanas hemos tenido abundantes pruebas de ello. Reconozcamos también que la forma de monarquía parlamentaria me atrevería a decir que hoy es imprescindible para la supervivencia del Estado español. Algo que los dirigentes políticos impostaron hace 40 años en una sociedad que salía de la dictadura franquista y no tenía mejor tradición a la que recurrir. En España ha habido cinco siglos de monarquía, por dos muy breves experiencias republicanas.
Esta monarquía es, pues, un instrumento eminentemente político que el pueblo ratificó en un acto de fe. No existe ningún mito político tan duradero como la monarquía; pero los mitos solo cumplen su función simbólica mientras no se difuminan de tal manera que dejan de ocupar un lugar en el inconsciente colectivo. Ese, precisamente, parece ser el caso del pueblo español.
Llegados a este punto me viene a la memoria otra predicción, ésta, de un viejísimo cronista de la realeza. Jaime Peñafiel dice en su último libro, 'Los 80 años de Sofía' que «Leonor nunca será reina». De aquí allá falta todavía mucho tiempo. Felipe VI solo tiene 52 años, o sea que la monarquía necesita recuperar su razón de ser; cosa sobre la que, al menos entre el pueblo español, ha dejado sembradas serias dudas. Sin el asentimiento tácito de una mayoría de españoles, los políticos por sí solos no podrán mantener el barco a flote tanto tiempo. Al final lo dejarían hundirse para salvar al Estado.
Urge, pues, salvar la monarquía. Y esto no se consigue con paños calientes o cataplasmas sobre las cosas que Juan Carlos I ha hecho por España. Durante mis 40 años de vida profesional, me recordaron más de una vez que el puesto hay que ganárselo todos los días. Se supone que los servicios prestados ya han sido remunerados en su momento. Lo único que cuenta es lo que todavía puedes hacer por la empresa.
Juan Carlos I se ha jubilado, pero Felipe VI tiene que ganarse el puesto cada día. En este momento, es urgente que pueda garantizar de forma convincente que los desmanes de su antecesor serán reparados y que se tomarán medidas efectivas para que no vuelva a repetirse. Hecho lo cual habría llegado el momento del olvido y el perdón, cosa que nunca debe desecharse. La venganza es siempre una puerta falsa, nunca la verdadera salida a los conflictos.
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