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La propuesta para que Santander optara a ser Capital Verde Europea en el año 2026 era una magnífica oportunidad para implicar a toda la ciudadanía en el cambio hacia una ciudad más sostenible, más verde y más saludable. Entre los doce indicadores ambientales que ... se iban a evaluar están: tratamiento de residuos, crecimiento verde, cambio climático, gestión del agua, naturaleza y biodiversidad, movilidad urbana sostenible, ruido y calidad del aire. Estos últimos precisamente son los que han de incluirse en los planes que las ciudades de más de 50.000 habitantes están obligadas a tener listos en 2023. Además, van totalmente en la línea de lo que tres asociaciones de vecinos de Santander propusimos en el documento 'Por una ciudad más humana', presentado en octubre de 2017. Y coinciden con bastantes puntos del decálogo de medidas que quince colectivos urbanos propusimos a los partidos políticos en las últimas elecciones municipales. La candidatura habría colocado a la ciudad realmente en el siglo XXI. Progreso, salud, bienestar, calidad de vida, retener población: eso es lo que necesitamos.
Creíamos que la candidatura a la capitalidad verde y el plan para 2023 se complementaban o se reforzaban mutuamente. Se trataba de optimizar la salud humana y de los animales de compañía, abandonando el tráfico masivo y concediendo el espacio urbano al uso y disfrute del peatón, del ciclista, del ciudadano. Caminar, respirar aire no contaminado, vivir en ambientes poco ruidosos y verdes, son fuentes de salud. Unas 30.000 muertes prematuras anuales en España se deben a la contaminación. Los motores de combustión causan veinte veces más fallecimientos que los accidentes de carretera. Alrededor del 70% de un centro urbano está ocupado por coches y solo un 30% por el peatón. Un porcentaje muy elevado de los que circulan solo buscan aparcamiento, luego más se contamina y más tiempo se pierde.
Está demostrado que el núcleo urbano de Santander es uno de los que presentan más atascos de tráfico motorizado. Y que la calidad de aire hace mucho que se aleja de los parámetros recomendados. Cualquier usuario del transporte público percibe que es muy mejorable en frecuencias y recorridos. Y quien pasee las calles observará cada día más árboles dañados, más alcorques vacíos, más granito y menos hierba. En lo que va de siglo, otras ciudades españolas y europeas de parecido tamaño han tomado medidas para mejorar todos estos aspectos mientras Santander se ha quedado como estaba. Esperando ansiosa ocho semanas de verano y unas playas modificadas a pasos agigantados por la rapidez del calentamiento mundial. Santander ha de mirar al futuro, no a medio sino a largo plazo. No al verano para contemplar las calles de llenas de turistas efímeros. Sino para disfrutarlas todo el año llenas de bancos, parques, zonas verdes donde pasear y descansar. Con árboles que den sombra, para que no haya que comprarla por fuerza bajo el toldo de un negocio hostelero. Con calles anchas libres de atascos y de coches aparcados por cualquier esquina. Con trayectos seguros, donde ancianos y niños puedan pasear sin peligro.
El exceso de tráfico, la escasez de arbolado umbrío y de porte en las plazas o paseos, la reducción abusiva de espacio público libre para el peatón, han hecho del Ensanche de Santander un ámbito perjudicial; o solo beneficioso para los clientes de las múltiples terrazas. En junio, al acabar el estado de alarma, la mayoría de los ayuntamientos suprimieron tráfico y ensancharon calles en beneficio de los viandantes. Nosotros estamos peor: las terrazas en casi todas las aceras han perjudicado aún más al peatón. En una ciudad verde y bien diseñada la prioridad es el ciudadano y hay espacio para todos: vecinos, clientes, peatones, ciclistas, niños, ancianos, negocios… Ordenar ese espacio urbano, multiplicar las zonas verdes, disponer de un transporte público eficiente y sostenible, y un medio ambiente óptimo habrían supuesto logros vitales para nuestra ciudad.
El ruido causa en España 16.000 muertes prematuras anuales y 72.000 hospitalizaciones. El Ensanche hace años que debería haberse declarado ZAS (zona acústicamente saturada) y haberse implantado ya en el centro ZBE (zonas de bajas emisiones), como han hecho otros municipios españoles. Una ciudad verde y medioambientalmente sana es placentera también por la notable bajada de decibelios que supone. Pero Santander no lo será. Se trataba de mitigar el cambio climático. Se trataba de salud. Se trataba de futuro, de progreso, de bienestar, de calidad de vida. ¿No les importa eso a nuestros gestores municipales? ¿Pueden explicarnos las razones de su rechazo a esos objetivos? ¿Pueden explicarnos las razones de su desdén por los deseos de los numerosos colectivos sociales que han apoyado la candidatura? ¿Pueden explicarnos qué hay de negativo en optar a una candidatura europea que iba a aportar beneficios para los santanderinos?
Otra ocasión perdida. Santander no será una ciudad del siglo XXI, seguiremos anclados en el pasado para siempre y descolgados del futuro. ¿Por qué?
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