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El lunes 15 de febrero se cumplirá el ochenta aniversario del inicio del incendio que asoló la ciudad de Santander y que es la mayor ... catástrofe urbana ocurrida en España, aunque milagrosamente sólo se registró una muerte, la de un bombero que falleció cuando trabajaba para apagar el fuego. La destrucción del casco antiguo de la ciudad supuso una metamorfosis del paisaje urbano y un ordenamiento más racional y práctico del mapa de la ciudad. La transformación de Santander fue tan radical que a quienes no conocimos el original nos resulta muy difícil reconstruir las calles desaparecidas y el modo de vida de los santanderinos.
¿Cómo imaginar la urbe cuando la actual calle Alta descendía en pendiente desde donde ahora comienza hasta la catedral? ¿De qué forma asimilar que desde la presente calle Calvo Sotelo hasta la calle Juan de Herrera un fuerte desnivel propiciaba que un puente conectara esta zona con la catedral? ¿De qué manera visualizar aquel Santander en el que había un denso barrio en una ladera desaparecida en lo que hoy son las calles de Lealtad e Isabel II? ¿Cómo caminar por Santander sin la plaza Porticada?
Muchas preguntas se pueden formular por las consecuencias de la cirugía realizada sobre el trazado de Santander, pero también cabe la interrogación acerca de cual sería el presente sin aquella transformación tan radical. Trato de proyectar el largo y complejo proceso de ordenación que hubiera tenido que afrontar Santander para adecuar todo el casco antiguo a las necesidades del presente. De qué manera se hubiera logrado expropiar primero y derribar más tarde las numerosas viviendas que ocupaban la ladera que conectaba la calle alta con lo que hoy es la calle Calvo Sotelo. Con qué instrumentos jurídicos y económicos se hubiera afrontado la adecuación del caso viejo al tráfico rodado...
En un momento histórico en el que España acababa de superar la guerra civil y medio mundo se encontraba inmerso en una contienda global, las carencias eran absolutas. Me imagino aquel Santander sin posibilidad de afrontar su desarrollo y con la necesidad, unos años más tarde, de encontrar espacio para crecer. Con la dificultad de demoler el casco viejo la única solución habría residido en buscar terrenos fuera de los viejos barrios. La ciudad podría haber quedado dividida entre la parte vieja y un nuevo Santander edificado en la periferia.
La obra más importante, el allanamiento del cerro que separaba el centro de Santander de los muelles para unirlo con las actuales calles Lealtad e Isabel II, jamás podría haberse realizado. Únicamente la destrucción por el fuego de cientos de viviendas, las leyes de excepción y la dictadura que impedía protestas, posibilitaron una reforma urbana imposible en un escenario de normalidad y legalidad.
Tras el incendio se pudieron adoptar otras fórmulas para la reconstrucción. Una, la más sencilla, hubiera sido mantener la misma trama del callejero y que cada propietario afrontará la reconstrucción de su inmueble. Ello hubiera supuesto anclar la ciudad en una geografía laberíntica, de calles estrechas, viviendas sin iluminación natural y que, con el paso de los años, hubiera impedido el desarrollo por dificultades de accesibilidad.
El rumbo tomado por las autoridades fue radical: demoler los edificios afectados por el fuego y con ello el trazado de las calles para que se diera paso a una ciudad diferente. El proceso de compensación a los propietarios afectados fue opaco e injusto, lo relata con precisión Baldomero Madrazo en la novela, bien documentada, «Gavias de Través» en la que detalla el enfrentamiento entre el Ayuntamiento, dispuesto a levantar un nuevo Santander, y la Cámara de la Propiedad que defendía el derecho de los dueños de los inmuebles a reconstruir los edificios en su misma ubicación.
Si aceptamos que una distopía es un relato de algo que sucede en el futuro y que resulta inasumible, en el caso de Santander sería esa ciudad constreñida en el corsé de las calles estrechas, las cuestas como emblema y la bahía alejada. El fuego que destruyó una buena parte de la capital de Cantabria produjo enormes pérdidas, quebró los proyectos de miles de personas y condenó a penurias y esfuerzos ímprobos a todos los habitantes. Los trabajos para desescombrar y la tarea, casi imposible, de aplanar el cerro entre la Catedral y la calle Alta, con medios muy precarios, marcaron a varias generaciones.
De aquel suceso tan sólo queda la lección de coraje emprendedor de muchos santanderinos para revertir la catástrofe y un trazado urbano que fue adecuado para aquel momento y que aun en día refleja una ciudad habitable, acogedora y saludable.
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