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Siento a menudo la necesidad de pasear mi Santander por lugares poco frecuentados en los recorridos que habitualmente hace la mayoría de la gente. Esto me lleva a conocer y descubrir sitios que se muestran sorprendentes en muchos aspectos y me proporcionan otra prespectiva ... de ver mi ciudad. Me refiero a los barrios.
Son lugares que guardan, en muchos casos, las esencias que caracterizan a sus habitantes y que forman parte de nuestra identidad, a veces poco conocida. No necesariamente hay que irse por los extrarradios para verlos, sino que los tenemos muy próximos y céntricos, escondidos, engullidos por el desarrollo urbanístico, pero que, heroicamente han conseguido sobrevivir como testigos vivos de la historia de Santander.
Voy a mencionar dos recónditos lugares que me produjeron la emoción del descubrimiento, cual arqueólogo que halla un valioso tesoro de otra civilización.
El primero de ellos se encuentra en la calle Laredo, en un estrecho callejón entre dos casas, con una placa al fondo, que dice: Barrio La Concha.
Al penetrar en él te encuentras con dos pequeñas viviendas compuestas por planta baja y primer piso. Pequeñas, humildes, pero dignas y bien conservadas por sus dueños, a pesar de ser un espacio donde apenas entra el sol y ser algo húmedo por estar engullidas por otras, también antiguas, edificaciones de la propia calle Laredo que las dejaron ocultas a cualquier persona que transite por allí.
El segundo, y más sorprendente, se sitúa en la calle Santa Lucía, en la margen izquierda del tramo que va desde la residencia de la tercera edad (antiguo Sanatorio Madrazo) a la calle Casimiro Sainz. Hay que fijarse bien para que no pase desapercibido. Es el pasadizo llamado de Santa Lucía-Barrio del Carmen.
Al abrir una pequeña puerta, a modo de verja, y cruzar un pequeño pasadizo, de repente se nos aparece un lugar que en un instante, nos traslada a un Santander, podría decirse, Perediano. Algo impactante, por lo menos para mí. Tal vez por el hecho de estar repasando lecturas del viejo Puertochico, de la mano del querido y recordado Kalin, como por saber cómo se desarrolló esta zona suburbana en los siglos pasados, y como no, las vidas tan pintorescas y curiosas de tantos y tantos personajes que dieron a este barrio la identidad e importancia que aún se intenta mantener, es por lo que me produjo gran asombro descubrir aquella «corralada» maravillosa que, de alguna forma, daba realidad a todos mis pensamientos de cómo podría ser la vida en estos lugares cada vez mas escasos.
Este pequeño reducto lo forman un pequeño bloque con cuatro portales y un casetón que en su día fueron los baños de los vecinos, ya que las viviendas carecían de estos servicios.
El patio, comunitario, presenta un pequeño jardín con su banco incluido y un curioso huerto que cuida algún vecino, siempre con la presencia de preciosos gatos y la curiosidad de algún vecino asomado a su balcón que te informa de cómo fue el barrio en otro tiempo.
Alguno de ellos, me cuenta, que ese barrio se llamó La Concha, lo que curiosamente coincide con el mismo de la calle Laredo. Algunas personas sostienen que los dos barrios podrían haber estado conectados por un vial o «concha» que es como se llamaba antiguamente a este tipo de caminos.
Ángel de la Colina, investigador de estas cuestiones, me muestra un plano de Joaquín Pérez de Rozas, fechado en 1865, en el que aparecen, además de la plaza de toros, donde estaba el sanatorio Madrazo, estas construcciones con la misma configuración de la actual, por lo que es fácil pensar que este espacio ya estaba en esos años. Muy sorprendente.
Finalmente, como no, de este maravilloso lugar hay que resaltar su lado humano que le dota de una importancia en su contenido, nada frecuente.
Aquí vivieron personajes tan populares como, María Cruz López Muriedas, 'Cruza La Voladora'. Vivía en casa de su tía Marta. Otros eran 'La Petron', 'El Triali', 'La Germana', 'La Fina' y asomada por la fachada norte, Jesusa Collado 'La Reina', ferviente devota de la Virgen del Carmen y famosa por sus rifas con premios de unos huevos y algo de aceite.
Sería el sociólogo Juan Carlos Zubieta Irún el que haría la valoración que merece la vida de este barrio donde las puertas permanecían abiertas y, a pesar de las trifulcas entre sus vecinos, todo quedaba atrás con una partida de la «quina» o una brisca al sol de este amable patio.
Creo que es un deber cuidar con mucho mimo estos espacios, desde las autoridades municipales, a todos nosotros, ya que nos proporcionan la emoción y el deleite de ver nuestra propia historia viva.
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