Gafas para no ver

Hacia el final de 'Años de perro', la novela publicada en 1963 que cierra su Trilogía de Danzig, Grass imagina un país que inventa las gafas capaces de mirar al pasado. El artilugio causa estragos: los hijos, convertidos en testigos directos de los actos de sus padres, los acusan sin piedad ni descanso. Para todos, la contemplación, gafas mediante, del pasado reciente de su familia, de sus vecinos, de sus amigos, resulta insoportable. Nadie queda libre, ni siquiera el propio Grass, que unos años más tarde, haría leña con el árbol de su pasado nazi.

Hoy quedan pocas dudas de que el país que hizo bandera de su memoria lleva un tiempo sin limpiar la lente de sus viejas gafas. Para muestra, basta con repasar las acciones y omisiones del Bundestag frente al horror de la guerra en Gaza; basta con atender al silencio, cada vez menos velado, en las redacciones de los periódicos, la mayoría de ellos, por cierto, propiedad de un único grupo editorial; bastaría, en realidad, con echar un vistazo a la respuesta gubernamental frente a las protestas de la ciudadanía. En esto, parecen estar de acuerdo todos los partidos. Los que no, permanecen callados por si, con gafas o sin ellas, se les acusa de haber olvidado. Mientras tanto, su famoso cordón sanitario se hace cada vez más fino, más débil. Como siga así, bastará un soplo de aire para desgajarlo.

Soplen los vientos que soplen el domingo, después de las elecciones, los alemanes, que por muchos que sean no son su gobierno, sabrán cómo de espesa es la capa de polvo que no les deja ver que la historia, aunque no se repita, sabe rimar.