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No me canso de mirar esas fotos antiguas de Zubieta, fotos de un Santander que cada vez más nos cuesta identificar. ¿Se han fijado alguna vez en esas imágenes de los primeros años del siglo XX? Todas las personas que salen en ellas ... llevan algún tipo de gorro o sombrero, quizás por lo mal visto que en aquella época era estar bronceado, porque aún sin popularizarse los baños de sol (eran los de ola los que resultaban prácticos, terapéuticos y aristocráticos), se trataba de evitar que damas y caballeros se confundieran con peones y campesinos que trabajaban al aire libre.
Han pasado cien años y, paseando por las calles, observo que nos han invadido, como los sombreros de antaño, las mochilas, en otro tiempo exclusivas de excursionistas y montañeros. Si lo dudan, les invito a contemplar el equipamiento de los escolares, de los viajeros en andenes o aeropuertos, de los deportistas, de los hombres de negocio (las mujeres aún se mantienen fieles a las inmensas cavidades de sus bolsos), de los políticos, algunos de ellos amenazando con romper la tradición de las carteras ministeriales y, en general, de los transeúntes que van de un sitio a otro con sus pertenencias.
Soy un forofo de las mochilas desde hace tiempo porque nos invitan a sentirnos aventureros que exploran territorios urbanos y porque nos permiten transportar cada vez más objetos que se incorporan a nuestra vida como inseparables. Ahí están los teléfonos móviles, las tabletas electrónicas o los ordenadores portátiles. Pero hay algo más para descubrir el éxito de las mochilas.
Mi padre me reñía cuando siendo un chaval bajaba las escaleras con prisa y con las manos en los bolsillos. No entendí la advertencia hasta que un día tropecé y apenas tuve tiempo para protegerme de la caída. Así comprendí la importancia de tener las manos libres mientras caminas. Años más tarde, con la mochila sobre mis hombros, supe valorar la carga, que se hace liviana, cuando se lleva con las manos vacías y dispuestas a agarrar cualquier cosa nueva que encontremos en nuestro camino. Ése es el secreto.
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