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El amor según la RAE: «Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser». ¿Qué es lo más bestia que has hecho por amor en tu vida? ¿Rebotar permanentemente de tu ciudad a ... la de tu pareja? ¿Cambiar tu lugar de residencia? ¿Escribir cartas de amor desesperadas a lo Neruda? ¿Secuestrar un avión comercial?
Días atrás, en una sobremesa, entre vino y alegría, una amiga mía me recordaba cómo su abuelo frustró un romántico secuestro (dos palabras que suenan incompatibles) en la aeronave que estaba pilotando desde Madrid hacia el aeropuerto Leonardo da Vinci de Roma. El secuestrador enamorado pretendía que el comandante Manrique Gutiérrez dirigiera el avión hasta Turquía, donde le esperaba su amada. Sucedió en la década de los setenta, época en la que no existían las medidas de seguridad de hoy en día, fruto de muchas fechas negras para la humanidad. El capitán engañó al joven argumentando que la aeronave no tenía combustible suficiente para llegar tan lejos y que debían aterrizar en Roma para repostar y luego continuar. Ya en tierra, el aguerrido comandante, boxeador en su juventud, logró reducir al secuestrador tras un largo forcejeo. ¿Estaba perturbado? ¿Estaba enamorado? ¿Acaso no es lo mismo? Enamorarse es una locura efímera aceptada socialmente.
Yo, lejos de ocurrencias tan épicas como peligrosas, recuerdo algunos gestos en mi periplo vital. Aunque no creo que el grado de romanticismo y enamoramiento vaya en función de la demostración pública.
Con tan solo 13 años compré un corazón de dos piezas, para colgar cada mitad en dos cuellos enamorados, con ambos nombres grabados. Y, sacudiéndome los nervios, fui hasta la casa de los padres de ella para entregárselo y así celebrar los dos meses de relación que se cumplían ese día. Ya dentro de la vivienda, su madre intentaba disimular que mi hasta entonces novia no estaba en ninguna de las habitaciones esperando a que me fuera para salir. Mientras, me decía que su hija era muy joven para este nivel de entrega. Allí dejé a su madre la mitad del corazón de plata y salí a la calle con el corazón real hecho añicos. Mi mitad del colgante aún descansa en el fondo de la bahía de Santander, próxima al lugar de los hechos.
En otra ocasión/relación, estuve un año yendo y viniendo a Ibiza. Mi pareja de entonces tenía un hijo allí y una empresa que debía atender. Yo era un proyecto de músico que acababa de grabar su primer disco con 18 años recién cumplidos. Pasaba largas temporadas en la isla, por entonces muy diferente a la actual. Tenía que tomar dos vuelos para ir y otros dos de vuelta. Casi dejo la música para instalarme allí. Las relaciones a distancia no se sostienen mucho tiempo; tarde o temprano llega el temido punto de inflexión: paso hacia atrás o hacia delante, y de darse esto último, en qué lugar asentar ese paso.
En una grabación de disco en Pamplona teníamos un día de descanso y arranqué el coche e hice el largo viaje desde la capital de Navarra hasta Barcelona para pasar una sola jornada con la chica con la que salía en aquellos días y volverme al día siguiente.
El último de ellos: irme a vivir a Madrid cuando siempre dije que por mi profesión nunca lo haría. Por mi oficio siempre habría resultado más ventajoso y cómodo residir en la capital, pero siempre me mantuve inflexible, hasta que llegó Cupido con sus lanzas y toda esa parafernalia y me desarmó.
He compuesto alguna que otra canción cortavenas cuando todo salta por los aires para desahogarme y para que, con algo de suerte, algunas personas las hagan suyas.
Todo esto, y lo que dejo en el tintero, es 'peccata minuta' en comparación al secuestrador enamorado que protagoniza esta humilde columna mensual. Supongo que si él leyera todos estos actos se destornillaría de la risa frente a mí. No soy quién para juzgarle, ni moral ni judicialmente. Además coincido con Nietzsche en eso de que «lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal».
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