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Hace apenas tres años y a propósito de un foro que reunía a gestores de organizaciones, áreas integradas de salud..., y donde también se dio voz al paciente, éstos, los pacientes, exigieron una mayor participación de las enfermeras en los procesos clínicos y asistenciales, tanto ... desde el control y seguimiento de los planes terapéuticos, como sobre la educación sanitaria y el proceso en general. Se solicitaba más y mejor accesibilidad a los servicios sociosanitarios y más autonomía para aumentar la capacidad resolutiva de sus problemas. Plantearon que de una manera global y homogénea las enfermeras estuvieran formadas en práctica clínica avanzada (EPA) y actualizadas en los últimos avances y desarrollos científicos. En este punto enfatizaron respecto a la innovación constante y a los soportes tecnológicos más avanzados para el autocontrol de ciertas patologías en las que la inversión ha sumado valor a la autonomía del paciente en el autocuidado.
En el mismo foro, y ante una excesiva exhibición de tecnología de vanguardia, de tecnificación de procesos, robotización y digitalización de alcance clínico, y la consiguiente fascinación (gusta mucho a los gestores y directivos este tipo de innovación sanitaria), se llegó a plantear un dilema entre los asistentes. Por un lado, un futuro de marcado protagonismo tecnológico o «maquinario», por otro un deficiente y decreciente valor sobre el protagonismo del cuidado. Un dilema en aquel momento en el que el cuidado fue desestimado y casi despreciado. Aquella narrativa se resumió en una frase, «vosotros seguid con eso del cuidado...», en clara alusión a considerarlo como un asunto de bajo interés o valor, o fuera de toda consideración futura dadas las tendencias tecnológicas que se estaban planteando.
Sin embargo, no solo los pacientes expertos exigen y eligen tomar partido por las enfermeras como gestoras de sus procesos y autocuidado, el propio contexto poblacional y el déficit de enfermeras sugiere ponernos alerta y actuar con prontitud ante la tremenda situación, no solo a nivel local o nacional sino a nivel mundial. En España llevamos décadas arrastrando esta insuficiencia, ya en el 2010 la ratio de enfermera por cada mil habitantes se situaba a la cola de los países de la OCDE, siendo bastante inferior a la media, y se planteaba la necesidad de adecuar la oferta de formación y la demanda. Diez años después se ratifican estas disparidades frente a países europeos (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE) siendo la ratio enfermera de 5,3 por cada mil habitantes, frente al 8,8 de la media europea, es decir, el cuarto lugar por la cola y solo por delante de Bulgaria, Letonia, Chipre y Grecia, y detrás de países como Eslovenia, Hungría y Portugal que, con economías más pobres, cuentan con un mayor número de enfermeros para atender mejor a su población. Visto de otro modo, 532 enfermeras por cada 100.000 habitantes frente a 852 de la media europea, según el informe World Health Statiscis 2018, publicado por la OMS.
En España, la esperanza de vida hasta el momento del covid había aumentado a 83,24 años, para ambos sexos. Según la última proyección del Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud, de la Universidad de Washington, en el 2040 los españoles llegarán a los 85,8 años de edad media, casi tres años por encima del promedio actual. Esta realidad demográfica junto con la prevalencia actual y la que se proyecta con el envejecimiento progresivo y enfermedades como el Alzheimer, las enfermedades cardiovasculares, la EPOC, cáncer..., y otros indicadores de salud (tabaquismo, obesidad, consumo de alcohol, drogas...) apuntan hacia la necesidad de primar sobre el cuidado y atención a estas poblaciones. Una atención excelente y específica que requerirá, no precisamente inversión en tecnología, aparatos diagnósticos, técnicas quirúrgicas..., sino un replanteamiento de la atención basada en un modelo centrado en la persona y su entorno, resolviendo problemas de salud y mejorando la calidad de vida. Necesitamos enfermeros para garantizar la sostenibilidad de este modelo y para ello compensar el número de enfermeros necesarios, mejorar la formación, el desarrollo profesional, las normas, la regulación y las condiciones de empleo.
Cantabria no difiere en exceso de esta proyección ni en estado de salud con sus indicadores, ni en la necesidad de profesionales y adecuación de ratios. La ratio en Cantabria es de 5,96 y la tasa de reposición se estima en 1.340 enfermeras (2019, Satse). Me pregunto si aquel mismo foro, con las mismas personas fascinadas por la tecnología, aplaudiendo la invisibilización y supresión del cuidado mediante robots, y alentando al progreso tecnológico frente al factor humano y la condena expresa a su desaparición, hoy, febrero de 2021, aún con cifras desquiciantes, pensaría lo mismo acerca del protagonismo de las enfermeras, su profesionalidad y la necesidad de garantizar su desarrollo profesional.
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