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El primer día sin clases en Cantabria fue el 16 de marzo. Antes, con unas instrucciones imprecisas y apresuradas, hubo un viernes 13 de infarto en los centros escolares. Cada tutor preparando a sus alumnos y alumnas a velocidades, comunicados a los padres con ... la misma prisa, recopilación de actividades para hacer en casa con criterios dispares y una realidad: cada colegio e instituto haciendo cosas diferentes, sin estrategias comunes, salvando la llegada del confinamiento de casi cien mil estudiantes cántabros con improvisaciones más o menos afortunadas. Lo triste es que, un mes más tarde, seguimos igual. Metidos ya en abril, no hay dos centros que hagan las mismas cosas. Las extrañas 'vacaciones' de Semana Santa de Cantabria pasaron sin un diseño claro de lo que ocurrirá después, a partir del 20 de abril, en el largo periodo lectivo posterior. Las cabezas pensantes oficiales -Ministerio y Consejerías de Educación- no están pilotando lo educativo con directrices claras (diría casi que sin directrices) y sus portavoces parecen esquivar comparecencias en parlamentos y medios de comunicación: no hay ideas, solo maquinaria administrativa preocupada de evaluaciones y de calendarios escolares 2020-2021. Hace falta, en medio de confinamientos y virus, entrar en un debate sobre cuál va a ser el calendario del curso que viene. Alguna letra pequeña de la propuesta de calendario asusta: habrá 175 días lectivos, pero... «En el caso de que en alguna de las localidades las festividades sean coincidentes con estos días, los centros educativos tendrán que adaptarse a la necesidad de recuperar esas jornadas». Ya pueden prepararse los niños y niñas santoñeses para dar clase en verano por tener varios días de carnaval en febrero, lo mismo que otros lugares con festividades repartidas a lo largo del año. Mentalidad administrativa de cumplimientos y recuperaciones que no se adapta a las realidades de cada comunidad escolar. Como ahora: el mundo en cuarentena y en sus casas, pero que los alumnos sean evaluados por encima de todo. Y una lectura clara de esta situación: se da por finalizado presencialmente el inolvidable curso 2019-2020, con un cierre probablemente virtual en las etapas no universitarias. Y mi pregunta, la que preside este artículo: ¿Alguien se ha dado cuenta de que van a ser seis meses de parón escolar, de marzo a septiembre? Es para pensárselo y poner a trabajar a asesores y especialistas en remedios paliativos con lógica pedagógica.
Junto a esto, y pese a las disparidades en centros escolares, las sensateces están en miles de docentes que con las herramientas que tienen o conocen se han volcado con sus alumnos. El ingenio se ha desarrollado y también cierta creatividad informática. Ya lo dijo John Cleese (Monty Pyhton): «Si quieres trabajadores creativos, dales tiempo suficiente para jugar». Ha faltado tiempo previo de juego y elaboración, pero los resultados están siendo aceptables. En Primaria, los videos de Happy Learning (aprendizaje feliz) circulan como fuente sencilla de información, lo mismo que muchos tutoriales, documentales, EduClan, dictados (sí, dictados) y problemas matemáticos para todas las edades. Se elaboran materiales y los más hábiles entre el alumnado suben sus videos con experimentos, canciones, cuentos o comparten fotografías y dibujos. Colegios de medios rurales están inventando comunicarse con sus pueblos para que con la pésima red de conexiones regionales se pueda llegar a todos. Centros de muchos lugares han resuelto con sus medios la falta de ordenadores sin esperar algo que no va a llegar nunca: que esta herramienta de trabajo llegue a todos desde instancias oficiales. Cientos de vídeos de animación circulan con profesores cantando, bailando, haciendo piña como equipos docentes. Los alumnos colaboran y algún día la Historia de la Educación contará este salto emocional y de calidad humana del curso del coronavirus. Una lástima en este relato presente: no se llega a todos los alumnos por esa brecha digital existente.
Una necesidad vital de los niños y niñas es tener retos, alcanzar logros y metas nuevas, tener novedades formativas. Les encanta aprender y su desarrollo como personas no puede detenerse. La solución oficial es «avanzar en competencias y no en contenidos». Algunos responsables regionales suspenderían en 'Teoría de la Educación' o 'Didáctica general' intentando explicar esto, algo que queda como brillante ocurrencia, pero imposible de realizar; para avanzar, por ejemplo, en competencias básicas matemáticas o en ciencia y tecnología se necesitan contenidos nuevos. De momento, padres, familiares, docentes al pie del cañón y muchas fuerzas sociales (los refuerzos sociales) seguimos educando en esa metáfora, que tan bien explica el profesor y filósofo José Antonio Marina, de que se necesita una tribu entera para enseñar a un niño. Que no haya en Cantabria seis meses de parón en esta comunidad educativa de casi cien mil estudiantes. Nos jugamos su futuro.
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