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Siglos de sesudos estudios, de jornadas, congresos y simposios y resulta que estábamos equivocados. Cada día se aprende algo nuevo. Nunca es tarde.
Siempre creí ... que las lenguas, que los diferentes idiomas servían para comunicarse. Es más, pensé que los mortales se empeñaban en dejarse las cejas y la cuenta corriente en aprender un habla para entenderse con el vecino o con el foráneo. No me cabía ninguna duda de que cuantas más lenguas se hablaran mucho mejor. Más cultura y mayor capacidad de entendimiento y diálogo. Pero va a ser que no. En el Senado hispánico los que verdaderamente triunfan son los traductores. Se lo llevan crudo, y no sin razón. Efectivamente, en ese aparcamiento de políticos autonómicos cada cual se ha empeñado en hablar su lengua regional o vernácula, aunque todos, sin excepciones, chapurreen con mejor o peor fortuna la lengua de Galdós. Y en ese templo del conocimiento hablar más de una lengua en lugar de ser una virtud se ha transformado en una contrariedad.
Imagínense, por ejemplo, a dos empresarios, uno de Sabadell y otro de Lima en una reunión de negocios en Comillas. El primero hablando catalán y el segundo quechua, y ambos pagando un intérprete. Y tras la reunión todos en camarilla se van de blancos y rabas, mientras comentan el partido de fútbol del Real Club Deportivo Espanyol en un castellano de manual. Impensable, ¿verdad? Pues eso mismo es lo que viene ocurriendo y va a acontecer todavía con más énfasis en nuestra cámara de representación nacional. Si ya teníamos claro que España era diferente, no cabe duda de que el Senado lo es todavía más. El dislate es suyo, el dinero nuestro. Claro está. Y con pólvora ajena se da rienda suelta a toda clase de desmanes en aras de una falsa pluralidad.
Nada tiene que ver la defensa y protección de las diversas lenguas de Iberia con este ejercicio de hipocresía y ridículo. No nos olvidemos que éste sigue siendo el país del bilingüismo, al que nos hemos entregado a tumba abierta desde hace años. Presumimos de niños y jóvenes Erasmus por el mundo que se entienden en inglés como nacidos en el mismísimo centro de Cambridge y, sin embargo, entre una paisana de Ontón y otra de Somorrostro hemos de poner intérpretes. Todo muy normal. Lejos quedan aquellos tiempos donde los romanos dieron forma al Senado eligiendo sabios de provecta edad (senex), para gestionar la república. Ahora, a cada político que caduca y hay que pagar los servicios prestados con un retiro dorado se le coloca en el Senado para que levante la mano, o la ponga. Y resulta que les complican la vida con los auriculares y la traducción simultánea. ¡Eso ya no es vida! La escena no tiene desperdicio. ¡Qué gran obra hubiera hecho Berlanga, y ya no digamos los Monty Python!
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