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La modelo española Sofía Mazagatos, con ese estar «en el candelabro» en vez de «en el candelero», tuvo una ilustre y antigua predecesora en la literatura inglesa: la señora Malaprop, personaje inefable de la comedia «Los rivales» (1775), del dramaturgo Richard Brinsley Sheridan. El público ... se tronchaba al oír que convendría a una joven estudiar geometría para conocer algo de los países «contagiosos», por «contiguos»; o cuando, pidiendo a su sobrina que olvidase a un mal pretendiente, la instaba a «convertirle en iletrado» («illiterate him») en lugar de «borrarle» («obliterate him»). Seguro que usted recuerda esa expresión humorística que circula desde hace mucho tiempo: el «me es inverosímil» por «me es indiferente».
Esta confusión de palabras parónimas (es decir, las que suenan parecido, pero significan cosas distintas) se denomina «malapropismo» en homenaje a la divertida dama de Sheridan. Nuestro Diccionario de la Academia, siempre tan serio y reticente, tan cátedro y legislativo, no recoge este concepto, quizá para no hacer concesiones a los países contagiosos de España, o porque no les gustan los candelabros.
En su famosa guía estilística «El inglés del Rey» (1906), los hermanos Fowler recogían numerosas categorías de «malaprops», gazapos recolectados incluso de plumas serias como Dickens, las hermanas Brönte o el «The Times» de Londres. Había quien, mencionando una anotación del primer ministro Gladstone en su diario acerca de un amigo fallecido, señalaba que este había escrito «un colega irreparable», en vez de «irremplazable». El comentario de los Fowler era la más pura expresión de humor británico: «Ningún colega muerto es reparable --aunque su pérdida pueda serlo o no—de este lado del Día del Juicio Final».
Por ignorar castizamente «malapropismo», la Academia desconoce oficialmente también la combinación del malapropismo con la metáfora, es decir, lo que los anglosajones califican como «maláfora» o metáfora absurda. El término fue creado un 1976 en un artículo del «Washington Post». Creo que un ejemplo castellano cotidiano es cuando se mezclan las expresiones metafóricas «sacar los pies del cesto» y «orinar fuera del tiesto», para sintetizarlo extrañamente en «sacar los pies del tiesto», con el significado de conducta excesiva. Un artículo publicado por «El País» en 2008 llevaba exactamente ese título, para quejarse de las críticas internacionales a una pose de nuestra selección olímpica de baloncesto poniendo ojos de chino. En inglés, por ejemplo, de «cruzaremos el puente cuando lleguemos a él» y de «quemar los puentes» ha surgido la maláfora un tanto cómica de «quemaremos el puente cuando lleguemos a él».
Veo urgente que nuestros académicos normalicen a Mistress Malaprop y a los poetas malafóricos. Ahí tenemos a Gutiérrez Aragón o Pombo que nos puedan escuchar. El caso apremia porque nuestra vida política y social se irá llenando de estas figuras del lenguaje, con las que el debate en la esfera pública se torna parodia. ¿O no ha hecho Pablo Iglesias de Miss Malaprop con eso de «gobierno de cooperación» en vez de «gobierno de coalición»? La propia defensa de los independentistas encausados por proclamar una independencia ha sido un «nonsense» genial: no hemos proclamado la independencia, pero lo volveríamos a hacer.
Muchas de estas expresiones pasan al lenguaje periodístico, que ya hace un siglo en Inglaterra se distinguía irónicamente como «periodiqués» («journalese»). Todos hablamos un poco en periodiqués, algunos porque lo escribimos y la mayoría al leerlo e interiorizarlo. Por ejemplo, está la costumbre de decir que «se paga una fianza», cuando en realidad «se deposita», pues más tarde se habrá de recuperar el dinero.
Pero el auténtico potencial de las pérfidas paronimias está por explotar: la virulencia que lleva el ferrocarril entre Molledo y Portolín, o entre Matamorosa y Reinosa; la corrección de los planes de volatilidad industrial; la reducción de la población altiva y de la pareada; el grave problema de la Cantabria vacilada; el de las promesas recalentadas que nos pueden llevar que nos den sopa con microondas; los muchos profesores que enseñan español como lengua extranjera, abstraídos por el gobierno, a nativos cántabros; la descarbonatación de la economía regional y los gases de efecto gallinero; las áreas silogísticas y las de aeroprogenitores. Y todo así dará para una comedia.
En el campo de las maláforas, podríamos buscar fusiones inapropiadas de metáforas como «tomar el pelo» y «caerse del guindo», que forman la secuencia clásica de una legislatura; o como «hacer la pascua» y «arrimar el ascua a su sardina», parte ineludible de toda gestión política; o también «poner paños calientes» y «estar en pañales», que suelen relacionarse como efecto y causa. Hoy comienzan mandatos municipales por toda la región y en ninguno de los gobiernos que resultan de pactos ha sido afán de los protagonistas ocupar determinadas posiciones de poder, sino que desprendidamente han puesto por delante el interés del vecindario, que ha venido feliz y casualmente a coincidir con el propio; verdadero golpe de fortuna, pues, en caso contrario, ¿cómo se hubieran mantenido en el candelabro sin desmochar los principios? La política constituye, pues, la única actividad donde todos los emolumentos se perciben por puro altruismo.
Se habla mucho últimamente de «líneas rojas» y de «cordón sanitario» a la hora de negociar. Son metáforas cuya fusión degenerada podría llevar a cordones rojos y líneas sanitarias, este desajuntarse que es tan español y, a la vez, antiespañol, como todo vicio que define y liquida. Aún esperamos al orador que la señora Malaprop pudiese catalogar como «la verdadera piña («pineapple») de la cortesía», o sea, «el verdadero pináculo» («pinnacle»), para plantear con rigor los problemas que nos aguardan en el cuatrienio entrante. El comando de «sí a todo» que se pulsó en Cantabria de un año a esta parte para evitar crepitaciones electorales ahora pasará su factura de hotel cinco estrellas y, aunque la política es el arte de lo posible, eso no implica que todo sea posible. La realidad histórica, por decirlo en los términos con que la señora Malaprop se refería a su sobrina Lydia, «es tan cabezota como una alegoría en las orillas del Nilo». Se refería a un cocodrilo («alligator»), y eso es lo que convendrá recordar. No se puede convertir la gestión en un malapropismo sustitutivo de la acción correcta, pues los problemas no se resuelven solos y tienen fauces.
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Ana del Castillo
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