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La ley registra las costumbres, no las crea, y mucho menos debiera imponerlas para perpetuarlas. Los acordes del himno de Cantabria, encorsetados en los artículos ... de una ley, suenan a polémica y a cambio. Y es normal, porque es de 1926, cuando el Himno a la Montaña fue declarado oficial de la provincia. Tuvo algunos cambios en la letra y recuperó su oficialidad gracias a una ley de 1987 que lo convirtió en Himno de Cantabria.
Aunque se ha venido interpretando con la solemnidad y respeto que merece, lo cierto es que el himno ha carecido de algo esencial, incluso más esencial que conocerlo y cantarlo. Me refiero a sentirlo.
El arreglista y copropietario de los derechos legales del actual himno declaró hace días que comparar el Himno de Cantabria con 'Viento del Norte', canción planteada como alternativa, «sería como comparar al agua con el vino». Y acaso tenga razón, pero si el vino no embriaga ni se convierte en sangre de pasión es sólo agua teñida. Y entre el teñido y la cristalina, me quedo con el agua para bautizar un nuevo himno, limpiarlo de oficialidades rancias y refrescar la piel de una generación que sienta, ame y comparta su emoción cantando, no callando. Porque, aunque nos empeñemos en entonar el «Cantabria querida/ te voy a cantar...», no lo canta ni el cuco y no lo siente nadie.
No tiene nada que ver con leyes, resoluciones ni mayorías parlamentarias. He intentado cantar varias veces el actual himno y me asalta la misma sensación con la que recitaba de niño la tabla de multiplicar. Las leyes tendrían que surgir del uso y sentimiento de los pueblos a los que se pretende administrar, y ese sentimiento es lo que sostiene a 'Viento del Norte' como canción que eriza el orgullo regional. Es algo que no puedo decir de nuestro actual himno, que no trasmite nada.
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