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Uno. De un tiempo acá, la tradicional convocatoria universitaria de septiembre ha mutado si no de estación, al menos de mes, de septiembre a julio, esto es, inmediatamente a continuación, o poco después, de la tradicional [y mantenida] convocatoria universitaria de junio. Con apenas ... unas semanas de diferencia, a los malos estudiantes se les ofrece, en lugar del tradicional «me ha quedado para septiembre», el novedoso «me ha quedado para julio» como expediente para mutar en enmendados buenos estudiantes.
Dos. La mutación es ya regla general en la universidad española; y a lo que parece, Coro o su primo Covi no han irradiado su nociva influencia en la defunción septembrina. Una decisión, antes bien, sólo achacable a la incontaminada voluntad de los rectores hispanos. ¿Incontaminada?: sí, producto del libre albedrío de aquellos, por más que en su expresión no haya dejado de ejercer su influencia la más variada panoplia de razones y motivos, de índole estrictamente académica aquellas; de cariz no tan definido o difuso los segundos. Un sesgo vago en cuyo delineamiento, y es mera hipótesis o conjetura, se inserta el trazo de determinadas influencias o presiones, las provenientes de aquellos funcionarios de las universidades a los que es ajena la condición profesoral, a quienes meramente se otorga un mes anual de vacaciones, cuyo disfrute, tradicionalmente, se despliega durante los meses de verano. ¿Frente al ordinario mes de vacaciones, los dos o, incluso, tres de los profesores universitarios? Intolerable, se arguye, con más o menos medias palabras, de manera abruptamente explícita o disimuladamente sibilina: si todos somos funcionarios, estos privilegios de la casta profesoral son discriminatorios, su permanencia, agravio, ofensa para el entero colectivo funcionarial.
Tres. Disputas y riñas corporativas al margen, ¿la defunción septembrina y su consiguiente mutación juliana están adobadas de, siquiera una pizca o miaja, razón, medida, rectitud, dicho sea en escuetos términos académicos? Tras el fiasco de junio, los estudiantes universitarios se ven compelidos, sin tregua ni descanso, a proseguir sus esfuerzos en pos del tan ansiado aprobado, afrontando en las calurosas, calurosísimas en bastantes zonas de este país, jornadas en que se desgranan las últimas semanas de junio y primeras de julio. La tradicional separación junio-septiembre [lo que no es tradición es plagio, decía Eugenio d'Ors] tenía, al menos, la virtud de permitir compaginar descanso y estudio. No parece, en cambio, que la mutación juliana haya deparado una sustancial mejora de los resultados académicos. ¿Una mutación juliana, así pues, como mejora de aquella ocurrencia que diera en motejarse de calendario juliano, de la que, sin duda, los más viejos del lugar guardarán memoria?
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