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Sábado 3 de febrero del 2024, Carlos Cubillas, un chico de 21 años, pierde la vida en la estación de tren de Boo de Piélagos. Presuntamente, dos jóvenes de su misma edad acaban con la vida de Carlos por un simple comentario que da lugar ... a la fatídica agresión.
Aún en shock y asimilando lo ocurrido, el jueves 8 de febrero, apenas cinco días después, dos jóvenes de Castro Urdiales, de 13 y 15 años, acaban presuntamente con la vida de su madre, Silvia López, de 48 años, en un acto de violencia filio-parental que nos acaba de descolocar por completo.
¿Qué ha pasado para que en apenas cinco días se den dos situaciones tan graves en nuestra pequeña comunidad? ¿Qué se nos escapa para que esto sea posible? ¿Acaso estamos haciendo algo mal? ¿No estamos haciendo algo que es necesario?
Se trata de dos casos muy distintos, pero con dos elementos en común: la violencia extrema y la existencia de jóvenes implicados en los actos. Violencia incomprensible y juventud, un cóctel que nunca debería ir unido y que, por tanto, debe preocuparnos y ocuparnos.
Nadie tiene las respuestas a lo sucedido. Yo les aseguro que, como responsable de Educación, no alcanzo a entender cómo es posible llegar a estos extremos. Me cuesta como ciudadano, y sobre todo como padre, poder acercarme a un mínimo entendimiento de tales hechos. Creo que lo que hemos vivido estos días en Cantabria, en esta semana negra, solo podrá entenderse de modo aproximado con el paso del tiempo. Como sociedad debemos abrir un periodo de reflexión con el ánimo de que esto no vuelva a suceder, si es que eso es posible.
Hoy tenemos cuatro familias destrozadas, jóvenes que han truncado vidas ajenas y que han truncado su vida o, al menos, su juventud. Nos encontramos con desarrollos no normalizados de la convivencia, que van a exigir una intervención social, educativa, legal y restaurativa intensa por parte de muchos actores.
Lo único que es seguro e indudable es que a Carlos y a Silvia ya nadie les devolverá la vida. Es tremendamente injusto y cruel que ambos se hayan ido en estas circunstancias. Está en manos de todos que lo sucedido no caiga en el olvido y que, por tanto, Carlos y Silvia no se vayan del todo. Ningún comportamiento previo justifica lo sucedido.
Carlos, estudiante de Formación Profesional en el IES Besaya e IES Peñacastillo. Chico afable y vital, del que sus compañeros y profesores hablan con cariño, no entendiendo por qué la vida le ha deparado un tan trágico final. Silvia, tu entorno compañeros y vecinos ya te extrañan. Mi más sentido pésame a los familiares de ambos.
Como sociedad debemos rebelarnos contra estos hechos, no normalizarlos y activar, más si cabe, todo lo que esté a nuestro alcance para que no vuelva a suceder. La educación ocupa aquí un papel principal. Solo las sociedades educadas son sociedades justas, sociedades de respeto en las que se hace bueno aquello que decía Concepción Arenal en 1867: «Abrid escuelas y se cerrarán cárceles». No hace mucho, la fiscal superior de Cantabria hablaba de la necesidad de denunciar los delitos de menores ante el aumento de los mismos.
En estos días hemos desplazado recursos humanos a la comunidad educativa de Castro Urdiales, afectada por este caso, para apoyar y abordar lo sucedido con jóvenes, niños y profesorado. Debemos buscar espacios donde reflexionar, de un modo responsable, sobre lo que ha pasado. El objetivo es que no se repita nada parecido.
Apelo a que todos, cada uno en nuestros ámbitos, pongamos lo mejor de nosotros mismos, nuestra mejor versión y trabajemos juntos para que la convivencia mejore. Vivimos en una tierra maravillosa, con seguridad ciudadana y servicios públicos de calidad fruto del trabajo de muchos. Sin embargo, no estamos a salvo de actos singulares, como los sucedidos, que nos llevan a la indignación y al desconcierto. Cuidemos lo nuestro y a los nuestros como mejor homenaje a Carlos y Silvia.
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