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La prostitución de mujeres es una de esas realidades que no se quieren mirar de frente. Tal vez porque una sociedad que se piensa comprometida con la igualdad no quiere reconocer que cuenta con un gran harén, permanentemente abierto, de libre acceso para nuestros ciudadanos. ... Un harén donde cualquier señor encuentra jóvenes semidesnudas convertidas en cuerpos de libre acceso, por un módico precio. Ni el harén de aquellos míticos marajás y sultanes estaba tan bien surtido. La prostitución es un harén a medida de los demócratas. Cualquier cántabro, cualquiera -no ya solo el marajá, pero qué clasista era aquel mundo de ayer, viva la igualdad- puede acceder al cuerpo de una mujer y sus agujeros al terminar de leer este breve texto. Mujeres «muy jóvenes», unas anunciadas como dulces y sumisas, otras como guarras y viciosas, mujeres de todas las etnias para la tranquila y familiar ciudad del norte.
Quienes no quieren mirar de frente esta realidad cuentan con unas socorridas y tranquilizadoras frases: «que lo haga solo la que quiera», «no podemos negar a las mujeres el derecho a prostituirse». Desde esta postura se demanda al Estado la normalización y regulación de la prostitución. A veces se defiende como «un mal menor», pero necesario para que nuestros hombres siempre tengan sexo a mano y las prostitutas ofrezcan un producto más controlado, como en cualquier otro trabajo. A mayores se contempla como un avance social y de la libertad.
A esta postura regulacionista subyace la idea fuerte de que la sexualidad es una actividad como otra cualquiera. Y si no lo aceptas tal vez eres una puritana o tienes problemas con el sexo. Pero, un poco de reflexión crítica, si así fuera ¿por qué vamos a dar una importancia específica a la violación y las agresiones sexuales? En todo caso es como un robo o una agresión física, sin nada especialmente grave que reseñar. Y respecto a eso que se llama 'acoso sexual' en el trabajo y que tanto ha costado explicar a la sociedad vamos a olvidarlo también. El sexo es «una actividad como otra cualquiera», no sean puritanas, becarias y aspirantes del mundo entero.
Quisiera argumentar algunas consecuencias de normalizar la prostitución de mujeres. En primer lugar, los burdeles son una auténtica escuela de desigualdad entre mujeres y hombres. Tras sus puertas los jóvenes varones aprenden una importante lección: que las mujeres son en el mundo oficial sus iguales, sí, pero hay otro mundo en que son cuerpos que existen para su placer, sin más. En segundo lugar, la prostitución supone la destrucción del 'ponte en el lugar de la otra persona'. El mandato crucial de la posición moral, de la vida en comunidad es el de ponerse en el lugar del otro, de la otra. La prostitución enseña a los chicos que tienen que ponerse en el lugar de su deseo. Y punto. Les enseña que el dinero todo lo justifica y legitima, es el a, b, c del neoliberalismo. En tercer lugar, supone la destrucción de la sexualidad femenina. Mientras haya burdeles los hombres interiorizan que, en el fondo, el sexo es algo que las mujeres hacen por dinero; el sexo significa que un hombre 'se corra'. Para las mujeres no deja de ser un trabajo y a veces es mejor fingir, justo como hacen las prostitutas, que fingen sentir placer para que el señorito acabe cuanto antes.
Hay mucho que debatir en este tema, darlo por zanjado con el trivial «que lo haga solo la que quiera» es como decir «por favor, cambia de tema», no me interesa. Dejamos aquí una vez más esta pregunta. ¿qué tipo de hombres se están formando a diario en la escuela de los burdeles que pueblan el paisaje de nuestro país? ¿Y a qué aprenden las chicas? Tal vez a callar y mirar al cielo, como en la vieja canción de Mocedades.
Termino con unas palabras de Amelia Tiganus: «He sido prostituida y luego he trabajado de camarera, sé la diferencia entre servir un producto y ser yo misma el producto». Ahora, cuando pases por los burdeles de la autovía con sus simpáticas luces de neón tienes que elegir la respuesta que vas a dar a tus pequeños. Papá, qué hay tras esas luces taaan bonitas: «Uy hija, la vida alegre» o «una vergüenza para la humanidad», pero tú tranquila que vamos a abolir esta esclavitud del siglo 21.
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