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Estamos atravesando unas circunstancias penosas. La pandemia del coronavirus ha causado ya cerca de cincuenta mil muertos entre nosotros. Y no ha parado aún. ... Se está cebando de un modo muy especial con los más vulnerables por edad o enfermedad o por las dos cosas a la vez. Algunos han muerto solos, privados del cariño de sus seres queridos y sin la despedida de la comunidad cristiana a la que pertenecían. A esta catástrofe sanitaria se ha unido la crisis económica que, según algunos expertos, va a ser la más dura de las que hemos conocido hasta ahora y también la crisis cultural de gran magnitud. Pues bien, en estos momentos que reclaman el esfuerzo y la unión de todos para superar tan duras crisis, el Parlamento español va a comenzar a discutir la ley sobre la eutanasia como si fuera una necesidad inaplazable, cosa que no lo es.
Partamos del convencimiento, compartido por muchos creyentes y no creyentes, de que la vida de cada ser humano, sobre todo si es débil y vulnerable, es sagrada y nadie puede eliminarla por su propia cuenta. Más aún, cada vida humana individual es un bien en sí mismo y el deber moral de todos y cada uno es cuidarla. La dignidad suprema del hombre creado por Dios ha sido reforzada al tomar carne humana el Hijo de Dios. Afirmaba el papa Benedicto XVI que «una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente es una sociedad cruel e inhumana» (Spe salvi, 38).
Cuando la enfermedad y el sufrimiento pesan sobre la vida de una persona de un modo sumamente gravoso, ella tiene derecho a no permanecer sola con su propia carga y debe recibir los cuidados paliativos que necesite para aliviar su sufrimiento. La medicina paliativa estudia, con detenimiento y grandes progresos, cómo ayudar al paciente que está grave y, especialmente al que está cerca de la muerte. Ha avanzado muchísimo en los últimos años. La experiencia enseña que la aplicación de los cuidados paliativos disminuye drásticamente el número de personas que piden la eutanasia. Por este motivo, parece útil un compromiso decidido para llevar estos cuidados a quienes los necesiten, para aplicarlos no solo en las fases terminales de la vida, sino como perspectiva integral de cuidado en relación a cualquier patología crónica o degenerativa, que pueda tener un pronóstico complejo y muy doloroso para el paciente y para su familia. En medio de estas situaciones brilla el testimonio abundante de muchos familiares que cuidan a sus enfermos con todo esmero hasta el final. Yo lo he visto. Y también me he encontrado con discapacitados que son atendidos con todo cariño por sus familias y con toda profesionalidad por parte de personas dedicadas. Ese amor es el que salvará al mundo.
Por otra parte, ¿debe un médico practicar la eutanasia? Es obligatorio para el médico abstenerse de insistir en tratamientos que se demuestran clínicamente ineficaces o desproporcionados y aumentar los recursos para que se implementen aún más los cuidados paliativos, con el fin de garantizar el acceso a los mismos a cuantos los necesiten. No pueden, sin embargo, practicar la eutanasia ni colaborar con quien la practica. El doctor Martínez-Selles, recién elegido presidente del Colegio de Médicos de Madrid dice: «Creo que la gran mayoría de los médicos tienen una opinión contraria a la eutanasia. Hay que tener en cuenta que, en el juramento hipocrático, todos juramos el no hacer daño de forma intencionada a nuestros pacientes» (Alfa y Omega, 23 septiembre 2020). La ley sobre la eutanasia, se presenta como una ley progresista. Pero, ¿significa progreso que se pueda matar a las personas? Martínez-Selles se pronuncia sobre la ley que se pretende aprobar en el Parlamento: «Va a ser una ley que destruirá la relación médico-paciente y generará una desconfianza enorme en todo el sistema sanitario. Se va a hacer un daño irreparable. Y es muy inoportuna, con todo lo que estamos viviendo a causa del coronavirus. Además, no hay ningún tipo de demanda social para el tema de la eutanasia. Es más un tema ideológico que, encima, se ha intentado asociar -de forma inadecuada- a políticas de izquierda o progresistas».
Expreso mi más firme rechazo a todo acto de eutanasia, en todas sus formas y modalidades, es decir, a cualquier decisión intencionada y directa con el fin de anticipar la muerte. No siempre se puede curar, pero siempre se puede cuidar a la persona enferma. La Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal se ha pronunciado sobre la tramitación de esta ley sobre la eutanasia: «No se entiende la propuesta de una ley para poner en manos de otros, especialmente de los médicos, el poder quitar la vida de los enfermos. El sí a la dignidad de la persona, más aún en sus momentos de mayor indefensión y fragilidad, nos obliga a oponernos a esta ley que, en nombre de una presunta muerte digna, niega en su raíz la dignidad de toda vida humana».
No existe el derecho al suicidio asistido ni a la eutanasia: el derecho existe para tutelar la vida y la convivencia entre los seres humanos, no para causar la muerte. Por tanto, nunca le es lícito a nadie colaborar con semejantes acciones inmorales o dar a entender que se pueda ser cómplice con palabras, obras u omisiones. El verdadero derecho del enfermo consiste en ser acompañado y cuidado con humanidad. Solo así se custodia su dignidad hasta la llegada de la muerte natural.
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Ana del Castillo
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