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El periodismo está volcado en la inmediatez y sus signos. La filosofía, en cambio, presta atención a los fundamentos de las cosas; hay que tomarse tiempo para considerar lo eterno. Y luego tenemos la historia, con su afán de verdad precisa ... documentada, su sueño de verdad general, su relación de amor y odio con el escribir. En ella el tiempo rápido del periodista y lo casi inmóvil del filósofo encuentran una mediación: ver las estructuras, las tendencias de las épocas, lo temporal no efímero. Normalmente, los historiadores que quieren parecer periodistas resultan brillantes, pero poco explicativos: son ametralladoras de datos anecdóticos. A la inversa, los que quieren ofrecer grandes conceptos que abarquen todo filosofan en demasía, y no es difícil hallar casos particulares que contradigan sus fórmulas magistrales.
¿Qué dirán los historiadores del futuro sobre la trayectoria de Cantabria en este primer quinto del siglo XXI, por ejemplo, en el aspecto económico? La reciente actualización de la Contabilidad Regional de España por el INE nos permite refrescar algunos hechos que se deberán tomar en consideración, adoptando una perspectiva más larga que el frenético día a día informativo, pero sin dormir el balón remontándonos a la debilidad de los visigodos, como hacía Ortega en 'España invertebrada'. ¿Cómo ha variado nuestra posición en el país?
Al terminar el siglo XX, nuestra región tenía un producto interior bruto (valor de lo producido) por habitante equivalente a 14.891 euros, que suponía el 93,4% de la media española. Por debajo de nosotros estaba Castilla y León (90,6%). El País Vasco nos superaba en casi 5.000 euros.
Si nos venimos a 2018, verificamos que España ha avanzado 9.919 euros. Pero Cantabria solamente lo ha hecho en 8.926, por lo cual nos hemos rezagado respecto de la media. Los castellanos y leoneses nos han sobrepasado, y los vascos están más lejos que entonces. El vasco medio saca al cántabro más de 10.000 euros en estos momentos. Y el español medio, que nos sacaba 1.000, ahora nos saca el doble.
Por tanto, a la vista de un periodo largo, prácticamente dos décadas, se impone la reflexión sobre la tendencia: nos ha ido «menos bien» que al conjunto; señal de dificultades estructurales. Antes de que se ordene la búsqueda de los culpables, cinegética moral de todo sistema político, sería conveniente mirar más en detalle el asunto.
Este indicador básico de progreso económico (aunque hay quien lo discute como indicador absoluto, y yo mismo en una ponencia en un encuentro internacional defendí índices alternativos, incluyendo factores como el impacto ambiental) avanzó inicialmente hasta llegar a un 94,4% de la media nacional en 2002, el primer año de vigencia del euro. En ese momento le sacábamos casi cuatro puntos a Castilla y León. Pero jamás desde entonces hemos vuelto al índice de 2002. Nos aproximamos un poco en la cúspide de la burbuja inmobiliaria, justo en el año de inicio de la recesión, 2008. Sin embargo, es bien llamativo que ni siquiera en los años de mayor bonanza logró Cantabria reducir significativamente su distancia respecto del PIB per cápita español.
No puede sorprender, pues, que cuando vinieron mal dadas el destrozo fuese considerable. Ya en 2010 los castellanos nos habían adelantado. Es posible que para 2020 empatemos en torno al índice del 95%, porque ahora ellos van a paso menos vivo. Pero esta circunstancia no suprimirá la conclusión de que en dos décadas ni habremos llegado a la media nacional ni nos habremos despegado de una región vecina a la que superábamos con cierta claridad a finales del siglo XX.
Todo esto concordará con sensaciones concretas de no pocos lectores de este diario. Casi todas las semanas una serie de grandes industrias tradicionales son noticia por problemas realmente serios. Algunas informaciones se refieren a deslocalización de inversiones o falta de agilidad en la creación de suelo productivo. El campo es un lamento permanente; su envejecimiento y despoblación, procesos ciertos y aparentemente inexorables. Una cuarta parte del litoral de Cantabria es esencialmente un gran dormitorio vizcaíno. Con excepciones que confirman la regla, las grandes obras de comunicaciones permanecen en el nivel del papeleo digital sine die. Y 'sine fide': las fechas y las cifras que se dan de vez en cuando resultan increíbles para todo ciudadano con memoria de dos peces para arriba.
¿Qué significaría alcanzar la media española? A finales del siglo pasado era un selecto club de seis el que igualaba o superaba el indicador: Aragón, Baleares, Cataluña, Madrid, La Rioja, Navarra, País Vasco. La provincia capitalina y todo al norte del Ebro excepto Cantabria. Dos décadas después, siguen siendo esas mismas regiones. La más próxima, Baleares, todavía nos aventaja en nueve puntos (unos 3.000 euros per cápita).
Claramente nuestro objetivo es convertirnos en una región 'trans-ibérica', es decir, situada al norte de la frontera entre la España más desarrollada y la menos. No hay una solución simple para ello, pero las políticas industriales, de comunicaciones, de territorio, de formación y un trato amable a las inversiones privadas y a la innovación seguramente forman parte de la solución compleja. No vamos sobrados de tiempo. Hay cierta caída de temperatura económica en el horizonte y, si no nos fortalecemos con más celeridad, puede que la siguiente embestida al indicador nos devuelva a la casilla de salida.
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Ana del Castillo
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