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Jesús Rodríguez Quintero, 'El Loco de la Colina', ha sido un gran personaje. Entiendo por 'personaje' un estado intermedio entre la persona y el actor. Aquí no voy a hablar de su dimensión personal porque, entre otras razones, no lo conocí personalmente. Hablaré por tanto ... del personaje, después de advertir que como personajes nos comportamos todos en nuestra vida cotidiana, social y profesional, aunque lo hagamos en distintas formas y con distintos grados de consciencia. Me refiero al personaje que nos construimos y que nos construyen, incluso -o sobre todo- después de muertos, como es el caso.
'El Loco de la Colina' fue, es, un personaje muy peculiar, por eso ninguna radio ni televisión lo aceptaría hoy en su programación. Seguramente aducirían que «no generará cuota» o 'share', que no tendría audiencia o, en el mejor de los casos, algún medio diría algo así como que «habría que darle demasiado tiempo», un tiempo que -según parece- los medios de hoy no tienen. Y quizá sea verdad, pero es precisamente esa 'verdad' lo me suscita esta pregunta: ¿Hay algo de calidad en el mundo que no haya requerido tiempo?
Esta pregunta apunta también a uno de los temas más importantes de nuestra sociedad y, por tanto, de nuestras vidas: poco silencio y demasiado ruido, mucha información y poca reflexión, muchas palabras nuevas para hablar demasiado de lo mismo. Tiempos acelerados y, por tanto, ambiguos, efímeros, 'líquidos'... La retahíla de este tipo de 'adjetivos' se multiplica en muchos ensayos que en las últimas décadas han intentado caracterizar el espíritu de nuestro 'tiempo'. Y los medios de comunicación, claro, recogen y reflejan esa realidad ruidosa y acelerada amparándose en la demanda del público y de la sociedad. Lo que ya no reconocen tan claramente es que ellos aceleran y crean también esas demandas.
Al final ¿qué tenemos? Pura ley de oferta-demanda en el mercado de la información, la formación y el entretenimiento, con sus lógicas desinformaciones, malformaciones y deformaciones propias de un mercado que se dice 'libre'. Hasta aquí nada nuevo.
Pero la cosa se agrava cuando uno de esos jugadores en este mercado es, por ejemplo, RTVE, la radiotelevisión pública, «la de todos», que se lanza a competir con las televisiones privadas y entra en el juego perverso de la guerra de las audiencias. De las televisiones privadas me olvido porque no tienen remedio, sobre todo si no ponemos algún remedio. Me centraré en la pública que como es de todos es también mía.
¿Y qué tenemos como peores representantes de nuestra televisión pública? Programas de cotilleo, errores técnicos crecientes y olor al gobierno de turno, da igual su color. O tertulias sobre la actualidad política con un moderador que aviva el debate entre sus tertulianos que se quitan persistentemente la palabra unos a otros, que no se escuchan en su propia verborrea, y que se comportan como voceros que están más pendientes de lo que les llega por el móvil que lo que dicen sus compañeros de mesa. El moderador, que ya no se merece ese nombre, se une al espectáculo pensando -imagino- «esto genera audiencia», y cuando le hacen una señal o mira el reloj, cambia radicalmente de asunto porque claro «se nos está agotando el tiempo» y hay otros temas que tratar «para que no se nos caiga la audiencia» e incluso sueña -imagino también- con alcanzar, aunque sea por un instante, el «minuto oro» que internamente debe ser una especie de clímax u orgasmo mediático, corporativo y público. En fin, un tipo de programas igualitos a los que Jesús Quintero hizo con 'El Loco de la Colina' y 'Los ratones coloraos'.
Cuando me acuerdo de ellos me entra la nostalgia. Veo un plató oscuro, silencioso. Con una escenografía que me recuerda a un diván o a un confesionario. Con un foco humilde que aumenta la presencia del humo (¿incienso?) donde flotan las palabras. Preguntas hechas de pequeñas frases lentas e inacabadas, a veces, una simple palabra escogida de la respuesta tranquila, liberada, de un entrevistado que dice más que habla. Y más silencio, y más lentitud, para que la palabra desnuda retumbe sin gritar. Conversaciones que no quieren propiciar ningún debate, sino la re-flexión, pensar dos veces o tres, antes de hablar, antes de preguntar.
La conversación practicada como meditación, no en vano 'meditar' significa 'considerar', 'cuidar'. La meditación como 'sanación'. Y entonces pienso un ponerme uno de sus programas, subir a su 'colina' y escuchar en ella mi silencio, aunque solo sea como terapia.
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