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Crisis sanitaria, crisis económica y ahora el caso del Rey Juan Carlos I. Va a ser un año histórico.
Más de 40.000 muertos, la economía nacional se desploma y nuevos pobres van a buscar una bolsa de comida (se forman colas para pedir ... alimentos) y ahora se nos cae un símbolo, un protagonista de ''la transición', del paso de la dictadura a la democracia y el comienzo de un largo periodo de estabilidad institucional y de prosperidad.
La sucesión de tantas malas noticias, su duración y la incertidumbre, nos agotan a todos. Y cuando termine agosto llegará el gris otoño, ¡Cómo para estar optimistas!
Hay personas que se alegran del deterioro de la monarquía y piensan que así está más cerca la llegada de otro régimen. Otros piensan que 'Cuanto peor mejor', y que 'A río revuelto...'. Yo no me alegro de la situación, me preocupa la inestabilidad institucional. Y me preocupa que se extienda en la sociedad un ambiente de pesimismo, de desánimo. La pérdida de confianza es mala, y provoca inseguridad. El escepticismo excesivo desmoraliza. Necesitamos seguridades, certezas.
Las sociedades, igual que las personas, pueden deprimirse. Y la depresión, y la baja autoestima, no son buenas. Necesitamos proyectos, ilusiones, esperanzas, sueños; y los líderes juegan un papel importante en la extensión de estas fuerzas que ayudan a vivir y a enfrentarnos a los problemas cotidianos.
Por supuesto, un indicador de 'salud democrática' es comprobar que nadie está por encima de la ley, por eso debemos felicitarnos cuando nos enteramos de que ese principio de igualdad se pone de manifiesto. Pero, por otra parte, conocer que un dirigente no ha actuado correctamente desmoraliza, deja un mal sabor de boca, una sensación de malestar, provoca frustración.
Necesitamos poder confiar en los que dirigen el país y en los que están al frente de las instituciones y, también, de las diversas entidades públicas y privadas (la corrupción política y económica ofende a unos ciudadanos conscientes del valor de un 'estado social y democrático de derecho').
En la sociedad del siglo XXI no pensamos en un liderazgo carismático. No buscamos un jefe con cualidades excepcionales, con rasgos mágicos que nos protejan de todos los males y que nos guíe. Hoy los conceptos clave son: división de poderes, igualdad ante la ley, participación, responsabilidad...
Pero también necesitamos unos líderes que no nos defrauden, que inspiren confianza, y, sí, que sean ejemplares.
Efectivamente, el líder tiene una función de ejemplaridad, por eso se le puede exigir más, aunque, lógicamente, también todos debemos actuar de forma correcta (que no se nos olvide ese refrán que hace referencia a la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio).
No podemos caer en el pesimismo; por supuesto, la mayoría de los dirigentes, de los políticos, y de la gente que nos rodea, actúa de forma correcta.
La crisis debería ser un acicate para que todos nos esforcemos en hacerlo mejor y, también, para que las instituciones corrijan sus deficiencias y sean más perfectas. Y, sí, efectivamente: 'A grandes males, grandes remedios' y 'No hay mal que cien años dure'. Y, sí, volverá a salir el sol.
Las respuestas deben basarse en la unidad, la igualdad, la equidad, el esfuerzo colectivo. Y, para animarnos, de vez en cuando algunos mensajes positivos.
Concluyo. Por supuesto, cuando pase el tiempo, los historiadores establecerán con rigor y objetividad, las luces y sombras del conjunto del reinado de Juan Carlos I. De momento: 1. Presunción de inocencia. 2. Confiar en la justicia. 3. Confiar en las instituciones. 4. Insistir en lo de siempre: valores; es decir, honradez, solidaridad y respeto al otro.
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