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No tiene Torres Gemelas, pero sí Torres Trillizas. Desde ellas se aprecia la Zona Cero de Cantabria: Sniace como símbolo de una industria básica en evidente riesgo de extinción; Torrelavega como signo de que las ondas crediticias y las acciones dispersas no sirven ... para cambiar un modelo de desarrollo en precario devenir; la gran dolina psicológica de una población que se siente zarandeada, desgobernada y sin ganas para creer más. El resto de Cantabria asiste a ello como quien presencia una tragedia de Esquilo sabiendo que a él no le toca bajar a escena a recibir una azotaina del destino. ¿De verdad que no le toca? Nuestra comunidad no es nada sensible a la función que la industria cumple como soporte de su bienestar, y mucho menos a la función clave que Torrelavega desempeña en el 'sistema cántabro'.
Esta semana participé en el programa que la asociación Amigos de Torrelavega viene desarrollando para conmemorar el 125 del acceso a la condición oficial de ciudad. Allí pude constatar en vivas voces lo que ya venía leyendo en El Diario en artículos como el de Luis Alberto Salcines: la tristeza se apodera de los ánimos, y quien trata de escabullirse de estas sensaciones apela a un escepticismo invencible o al terapéutico sarcasmo. Torrelavega empieza a no creer en sí misma, por más que uno trate de animar el patio con mensajes sobre el potencial futuro de algunos fundamentos del pasado. La nostalgia por otros tiempos percibidos como mejores, con más oportunidades para la gente, es generalizada entre muchas capas de población, con absoluta independencia de sus preferencias ideológicas. Es ya lo que los ingleses llaman 'common wisdom', cosa sabida.
En los últimos treinta años, a pesar de todos sus problemas, Santander ha sido una ciudad con sentimiento de ir a más. Ha realizado proyectos importantes y cualificado muchos espacios. Aún tiene en marcha iniciativas ambiciosas. Solo las culturales ya llenan un cesto: un museo del banco Santander en el Paseo de Pereda, un ramal del Museo Nacional Reina Sofía, un Museo de Prehistoria, un renovado museo municipal de arte, un centro de exposiciones de la colección de Aena… Esa sensación no es la misma en Torrelavega. Muchas veces siente que ha venido a menos. En ocasiones de burbujas crediticias y urbanísticas ha creído subirse a la ola de la prosperidad, pero lo cierto es que desde 1991 ha perdido el 12% de su población y está jugándose el límite de los 50.000. Hay ahora menos torrelaveguenses que antes de que Cantabria accediera a la autonomía. De los vecinos con empleo, un 26% toma todos los días un medio de transporte para ir a trabajar a Santander: son casi 8.000 personas. Otro 37% se encamina al curro en otros municipios.
Se observa también una dinámica de poca recuperación. Según los datos medios de la Seguridad Social (afiliaciones al final de cada trimestre), de 2012 a 2019 Torrelavega solo ha creado 346 empleos, un 2%. En el mismo periodo, Santander ha generado más de 8.600 puestos de trabajo netos, un 10%. No hay grandes proyectos ni ejecutados ni en marcha en la ciudad del Besaya, a no ser que usted considere una gran cosa hacer un edificio para pleitos y remodelar un campo de fútbol, o mandar papeles de la mesa de un funcionario a la de otro. Háblese de espacios industriales, de centros regionales como fue el de Emprendimiento, de integración ferroviaria o de cualquier otra cosa; basta con echar una ojeada a la hemeroteca para descubrir que se trata de temas recurrentes de los que se viene hablando desde hace diez años y que se arrastran por la política y la Administración como si el tiempo pasara en vano.
Santander y Torrelavega han gozado o sufrido durante tres décadas los mismos gobiernos nacionales y regionales, las mismas normativas de la Unión Europea. La principal diferencia se halla en los gobiernos municipales, que han solido ser de muy distinto signo, pero no sólo eso, sino que, sobre todo, han reflejado una distinta filosofía. En la capital ha habido generalmente continuidad: cada alcalde ha querido dejar su impronta con aportaciones significativas y además ha terminado lo que los anteriores impulsaron.
En Torrelavega no ha existido esa continuidad (desde 2003 a 2019 en Santander ha habido tres alcaldes del mismo partido, en Torrelavega seis de diferentes). Una vez construido el hospital comarcal en un monte (privando a la ciudad de los miles de visitantes que en otro tiempo sí circulaban por su comercio cuando existían el Sanatorio del Carmen, la Clínica Alba o el Hospital de Cruz Roja) y cerrado el anillo de la ronda-bulevar en zonas por momentos desangeladas, no se ha vuelto a producir nada que suponga novedad motriz de la vida local, como algún interviniente subrayó (quizá exceptuando la instalación de la Escuela Gimbernat de Fisioterapia). Ante esta carencia de nuevos atractivos, las autovías no han hecho sino facilitar la huida del personal hacia periferias de ocio y/o compras. La falta de oportunidades de empleo y vivienda ha desplazado a los jóvenes a otros municipios (Polanco, Cartes, Reocín), cuyo paisaje rural ha sido destrozado por eso, o a otras regiones.
Sniace muere con 80 años en una ciudad de 125. Aunque esto sugiere que Torrelavega la ha habido antes de Sniace y podrá haberla después, lo cierto es que la empresa ha estado presente durante casi dos tercios de su vida como 'ciudad'. A principios de la década de 1960, había en el municipio 30.000 habitantes y trabajaban en Sniace unos 3.000. Uno de cada diez estaba en la nómina de la fábrica. Esto ya no es así, ni en Sniace ni en otras industrias que fueron intensivas en mano de obra. Pero ni desde la Administración local ni desde la autonómica se ha tenido conciencia de la necesidad de un 'Plan Torrelavega' que, al estilo de Bilbao, provoque una transformación innovadora.
Torrelavega ha experimentado cuatro ciclos económicos de 30 años: el alfonsino de la Restauración; los tiempos revueltos de la República, la guerra y la autarquía; los 'treinta gloriosos' de la tecnocracia desarrollista; y los de pertenencia a la UE y decadencia estructural. ¿Cómo serán los próximos 30? No muy allá mientras Cantabria no se tome en serio a su Zona Cero.
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Ana del Castillo
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