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Me gustaría retomar el asunto de la extremada polarización política porque considero la llamada 'guerra cultural' como el fenómeno sociopolítico más significativo al que estamos asistiendo en Europa y Norteamérica desde los años ochenta del siglo XX. Aunque esta guerra suele asociarse con la confrontación ... entre izquierda progresista y derecha reaccionaria, hay otro eje de coordenadas no menos importante: la gente joven contra los mayores de 40 años; digamos, la juventud con educación superior, cultura urbana, valores progresistas (feminismo, libertad de orientación sexual, identidades de grupo, ideologización de la enseñanza pública, etc.), contra gente de mediana edad que harta de lo políticamente correcto se apuntan al nativismo, al patriotismo nacionalista, a la provocación política y a todo lo que se oponga a los citados valores de la progresía. En los tiempos que corren, las diferencias de clase se reflejan antes en el nivel de educación y los valores políticos que en la diferencia de ingresos económicos, en la lucha ideológica más que en la lucha de clases.
Aunque la generación progresista es la que ha acusado a la otra parte de haber iniciado la guerra cultural, en realidad son estos los que la han provocado al plantear un cambio radical de la cultura establecida. La cultura dominante se está desintegrando, la nueva cultura introduce nuevos valores y, al hacerlo, abre una fosa económica y cultural que supone un antes y un después. Ello ha provocado una reacción defensiva por parte de los que se han sentido desplazados, si no desalojados, del tren de acontecimientos que ha partido sin contar con ellos.
La generación de la que hablo ha adquirido un peso económico, cultural y social determinante en nuestras sociedades. Dominan la cultura, los medios de comunicación y la educación, lo cual está provocando un rechazo cada vez más enconado y enloquecido que puede alcanzar proporciones apocalípticas. A destacar que dicho dominio se ha extendido a la izquierda, con el perverso efecto de que ésta ha abandonado sus banderas tradicionales poniendo en fuga a sus votantes de siempre. La derecha está pescando en ese río revuelto. Veamos:
La alianza tradicional entre la clase trabajadora y la izquierda intelectual, que ha durado siglo y medio, ha desaparecido como por encanto. Los trabajadores rechazan con vehemencia el control social que ejerce el citado grupo, de ahí el apogeo del populismo extremo. Incluso los hijos de la generación progresista se rebelan contra esta situación. Los precios de compra y alquiler de vivienda en las grandes urbes son prohibitivos, a la vez que se estancan y decrecen los salarios. Se sienten aplastados por el peso financiero que ha caído sobre su espalda. De ahí dicho populismo y el rechazo de la meritocracia.
Todavía se puede identificar otro grupo que también se revela contra la situación. Gentes que no tienen problemas financieros pero que se sienten culturalmente agredidos por el susodicho cambio cultural. De ahí la aparición de líderes rompedores en Italia, Francia, Inglaterra o USA y el generalizado rechazo de lo políticamente correcto.
Tenemos una ancestral tendencia al maniqueísmo, dividimos la historia en buenos y malos. Unos solo quieren hablar de las luces y otros solo de las sombras, según les vaya en la feria. Es decir, solo vemos las luces de nuestro bando y solo identificamos las sombras en el contrario. Receta infalible para la guerra cultural.
Situados en el bando progresista encontramos: élites liberales de las grandes empresas, de las universidades, de las fundaciones, de la banca, de los medios, de prestigiosos bufetes de abogados... lo que solemos denominar la meritocracia. Le siguen los que he denominado «generación progresista»: catedráticos destacados, profesionales de radio-televisión y prensa, dirigentes de ONG, asociaciones culturales, directores de empresas. Continúan esta saga los jóvenes miembros prometedores de dichas instituciones, cultivadores de la llamada 'cultura woke'. Finalmente están los rangos inferiores de la economía de servicios: peluquería, salones de belleza, restaurantes, sanitarios, empleados de comercio y hoteles.
En el otro bando localizamos las élites conservadoras de todas las instituciones y profesiones antedichas, normalmente partidarios de la disminución de impuestos y convencidos de que toda su riqueza ha sido ganada con el sudor de su frente; gente que habitualmente era crítica con el populismo de derechas, hasta que descubrieron que los necesitaban para derrotar al bando progre, gente que aplaude la mofa y befa de sus contrarios.
Luego están las familias que tienen propiedades inmobiliarias y juegan a la bolsa, para los cuales la transferencia hereditaria es fundamental. Siguen los profesionales independientes como contratistas, fontaneros, electricistas, propietarios de pequeñas empresas; todos los cuales desdeñan una enseñanza pública que, a su vez, desdeña los valores que ellos han practicado toda su vida.
Finalmente, los trabajadores rurales, camioneros, obreros de la construcción y un largo etcétera, que hoy están apegados a su terruño; la llamada 'España vacía'.
¿Dónde estará Meternich?
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