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Con la demolición de Sniace, quedan en su interior algunos 'misterios' que por precaución nunca se desvelaron ya que su alto valor económico hacía aconsejable ... un prudente silencio. Uno de ellos era el almacenamiento de importantes cantidades de platino, que en la zona administrativa de la empresa se guardaban celosamente en una cámara acorazada extremadamente protegida y con seleccionado acceso a la misma. Se trataba de una habitación convertida en una enorme caja de seguridad blindada. Cuando se cerró la empresa, y como en las películas de acción, el platino que se encontraba acumulado se vendió a una empresa italiana. Salió de la fábrica escoltado por un amplio servicio de seguridad y viajó custodiado por personal de confianza hasta el país vecino. El precio del material noble ascendía a unos cinco millones de euros.
¿Para qué almacenaba Sniace una aleación de platino y oro en sus entrañas? Sencillamente porque era necesario en el proceso químico de producción. Las hileras eran de platino en una proporción del 49,5%, en similar porcentaje, 49,5% de oro, y de rodio en un 1%. Se asemejaban al tamaño de un dedal de 1,5 centímetros de diámetro y 1,3 de alto, con 1.380 orificios de 55 o 60 micras. Las hileras se montaban en un cluster que tenía 31 hileras que se sumergían en un baño de coagulación. La viscosa, es un derivado de la celulosa, líquido y muy viscoso de color naranja oscuro (se parecía a la miel) que se bombeaba a través de las hileras por extrusión. La viscosa salía por las hileras y, en contacto con el baño, se convertía de nuevo en celulosa, formándose unos filamentos finísimos, miles por cada cluster, que era la fibrana o fibra de viscosa. Después, se cortaba en trozos, se lavaba, blanqueaba, secaba y embalaba. Las fibras más cortas se parecían al algodón y las más largas, que ademas eran un poco mas gruesas, a la lana.
Esta cámara acorazada quedó vacía, pero en los múltiples espolios que ha ido sufriendo los restos de la empresa, los ladrones practicaron en el techo de la misma un butrón para acceder al interior, encontrándose, afortunadamente, vacía. Es éste alguno de los pequeños secretos testigos de la decadencia física de lo que fuera un emporio. El alcalde, me consta, está gestionado rescatar e incorporar al patrimonio industrial (ya museístico) de la ciudad algunas las pocas joyas que aún quedan en su interior y que corren el riesgo de ser vandalizadas, como un enorme mural vidriado representando el laboratorio del químico Robert Boyle (Waterford, 1627-Londres, 1691) o unos frescos –posiblemente ya irrecuperables– representando el mundo del trabajo, además de lo que queda del extraordinario mobiliario de la parte noble del edificio. Esperemos que Sniace no 'venda', si no regale, este material a la ciudad que tanto empeño puso en su ayuda.
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Ana del Castillo
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