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Sniace cerró en 2013 cuando sus trabajadores se negaron en asamblea a respaldar ajustes laborales que parecían inevitables si la fábrica, con su elevado endeudamiento y sus problemas en el mercado, había de tener futuro. El tiempo, que es el mejor juez, acabó determinando ... que, efectivamente, entre otras medidas extraordinarias, la plantilla debía ser más reducida y sus costes algo menores. Al final se admitió, después de un proceso largo y traumático para la ciudad, lo que bien se podía haber aceptado al principio, de haber imperado un criterio más técnico y realista. Se originó un sufrimiento social tan enorme como innecesario.
Sniace ha vuelto a cerrar en 2020, parece que ya para su definitiva liquidación. Siempre me habrán escuchado que, faltando músculo financiero en el capital y faltando nueva gestión experta (ambas cosas solo podían venir de algún grupo industrial potente en el sector), la prometida viabilidad no era creíble. No quise insistir mucho, para no pecar de pesimista, pero el tiempo, de nuevo con sentencia inapelable, vuelve a imponer la lógica.
Mucha gente me para estos días por las calles de Torrelavega, con un mensaje común. Me recuerdan que, en 2013, la manipulación política y de ciertos sindicatos cifraba en el 'Calderón dimisión' la solución mágica a todos los problemas de Sniace, que al parecer habían sido causados por mí o por Mariano Rajoy (yo llevaba solo 25 meses de alcalde, Rajoy 18 meses de presidente del Gobierno) y no por Blas Mezquita, sus consejos de administración y sus sindicalistas de cabecera (corresponsables todos de los últimos 20 años de la fábrica).
Aquello no solo justificó una moción de censura, cuya candidata luego ni su propio partido, el socialista, quiso llevar en las listas, sino que, sobre todo, causó un grave daño a la ciudad, al quebrar la continuidad de proyectos vitales: la integración ferroviaria (que se paralizó durante cuatro años); el Centro Regional de Emprendedores (obra en ejecución a la que se renunció y con ella a cuantiosos fondos europeos); el Plan de Empleo del Besaya (14 millones anuales que desaparecieron de los presupuestos cántabros); la recuperación de las riberas del Saja-Besaya (que se abandonó sin más) y el desarrollo de suelo industrial y tecnológico en Las Excavadas (cuyo expediente de PSIR ni siquiera ha concluido seis años después de la moción de censura).
Quienes así manipularon al trabajador para cumplir sus objetivos de poder no han llevado a cabo, en todos estos años, ningún gran proyecto que pueda servir de motor económico de nuestra ciudad. Ni se salvó Sniace, ni se ha salvado Torrelavega. Es bueno que se tome nota de este doble fracaso, porque, excepto para aquellos de sus promotores que alcanzaron metas personales y partidistas, no ha traído sino agonía y pérdida de oportunidades para el conjunto de Torrelavega.
Mi propia madre, licenciada en Ciencias Químicas, fue en la planta Lilion una de las pioneras en el trabajo técnico en la industria de Cantabria. Fue enviada a Italia para aprender de sus especialistas en fibra artificial. A menudo, cuando era niño, mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí a esperarla a la puerta de la fábrica. Siempre en mi casa oí hablar de Sniace y de su evolución. Mi vinculación emocional y mi valoración de lo que la empresa aportaba a nuestra ciudad siempre estuvieron claras.
No guardo a nadie rencor. Hago este relato porque sigo creyendo en el aprendizaje del ser humano y, cuando se lanzan historias sobre la épica de Sniace, se suele omitir cuál fue el resultado. En Torrelavega conviene que seamos ya mucho más prácticos. Una épica que acaba tan mal para la gente y para nuestra querida ciudad no es épica, sino un pensamiento mal estructurado y una sucesión de errores estratégicos.
Cuando protesté públicamente por las fortunas que cobraban algunos directivos de Sniace a fábrica cerrada, nadie me secundó. Cuando pedí que se buscase a «alguien» con capacidad económica y técnica para hacer viable la empresa, tampoco. Cuando me opuse a que parte de los terrenos cambiaran la calificación de industrial a comercial (porque nos quedaríamos a la vez sin suelos industriales en la periferia y sin comercios en el centro), nadie se hizo eco. Pero el tiempo me ha ido dando la razón en todo.
Celebrar 125 años de ciudad mientras se liquida la que ha sido su industria más importante en un siglo es algo realmente difícil. No soy adivino, y por tanto desconozco si habrá vida industrial en el suelo de Sniace después de Sniace. Ojalá. Lo que sí soy es, como médico, una persona de espíritu científico: si no se aprende la lección de lo sucedido, la viabilidad de la propia Torrelavega como núcleo económico y humano estará comprometida. Porque quienes nos han traído a esta situación en lo público y en lo privado no hubieran podido hacerlo sin el aplauso irreflexivo de otros. Así lo siento y así lo digo. A diferencia de los políticos que los azuzaban hace siete años, los trabajadores afectados no tienen ahora concejalías, direcciones generales, ni consejerías que los esperen con un buen salario público.
Si hay alguna solución, deberá venir de una honda rectificación de la propia mentalidad. Pues esta no es hoy ya sino una sombra de la que un día propició la prosperidad de Torrelavega, que tanto anhelamos. Aquellos que han respaldado un error tras otro son los que más tendrán ahora que recapacitar.
Porque el tiempo ha fallado en su contra. Por mi parte, mantengo intacto el compromiso ético con mi ciudad y quiero sentirme activo, en diálogo con todos mis convecinos, buscando siempre lo mejor, lo razonable. Torrelavega no necesita ni el pesimismo abandonista ni el optimismo de quienes lo fingen solo para proteger sus muy particulares intereses. Debe recuperar el espíritu de sus emprendedores y creadores, y aprender, de esta dura experiencia de retroceso, una lección que abra la puerta del futuro.
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