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Durante catorce años, un alambre de cuchillas coronó las vallas de Ceuta y Melilla para evitar el salto de aquellos que tuvieron la mala ... suerte de nacer entre guerra y miseria. Por aquel entonces, nos acostumbramos a excusas que trataban de justificar estas medidas para controlar la inmigración; todo con tal de evitar afirmar que eran crueles y desproporcionadas. Detrás de esas palabras se escondía la enorme ingenuidad de unos gobernantes que se pensaban que aquellos que atravesaban todo tipo de dificultades se iban a amedrentar por unas concertinas. Este fue el caso de Sambo Sadiako, un senegalés padre de cuatro hijos, cuyo único pecado fue tratar de saltar por encima de una concertina que le seccionó una arteria. Fue la víctima mortal de un sistema que le obligó a arriesgar su vida para dar de comer a su familia. Vivimos en un mundo injusto, en el que a pesar del enorme progreso tecnológico generado, somos incapaces de evitar la desgracia de aquellos que tienen la mala suerte de nacer en el lado incorrecto del Mediterráneo.
La historia de Sambo no es un caso aislado, abundan en la hemeroteca multitud de reportajes de personas atrapadas por las cuchillas, de cuerpos cortados y mutilados: porque las concertinas matan, desangran, cortan cuerpos y los marcan de por vida. A pesar de esto, gozaron del consentimiento de una clase política que prefirió mirar hacia otro lado porque se trataba de un problema demasiado complejo de resolver. Hemos asumido la inmigración como un problema irremediable, pero también, nos comprometimos a tratar a los colectivos migrantes con dignidad. Porque en el fondo es lo único que podemos hacer.
La historia parece repetirse, un nuevo movimiento migratorio: el de albaneses que tratan de llegar a Reino Unido, justifica la instalación de concertinas en el Puerto de Santander. De nuevo se ha decidido aplicar la misma estrategia, con las mismas excusas utilizadas entonces. Se vuelve a hablar de mafias, del impacto negativo sobre los resultados económicos del puerto y de la supuesta libertad de los albaneses para asumir el riesgo de saltar una concertina. Todo esto, con tal de no reconocer la incapacidad de algunos para buscar soluciones alternativas. Quizá es que no tengan reparo en recurrir a la violencia institucional.
La terrible experiencia vivida en Ceuta y Melilla, donde la presión migratoria fue muy superior, pasa por alto. La clase política, y me refiero a Francisco Martín, presidente del Puerto; a los miembros del Consejo de Administración y a Miguel Ángel Revilla prefieren mirar hacia otro lado. Está en su mano evitar este acto cruel e inhumano que acontece a escasos metros del centro de Santander.
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