La sobriedad del grumete

Sevilla, agosto de 1519. Orilla oriental del Guadalquivir, lengua fluvial que fluye entre industriosas laderas. Puerto de las Mulas o de las Muelas. Hoy, parte del barrio de los Remedios. El joven Juan de Santander, natural de Cueto, se ha alistado como grumete en la ... expedición a la Especiería. En el acto, se ha embolsado tres mil y doscientos maravedíes, por cuatro meses de adelanto, a razón de ochocientos maravedíes mensuales. Tal dineral lo guarda en la bolchaca sellada con siete nudos y escondida en salva sea la parte. Canea a modo. Le apetece un trago. Pero le han desaconsejado entrar en tascas infestas de truhanes. El sol cae a plomo sobre las pendencieras calles, partiendo en mil pedazos los cantos que alcanza con sus verticales rayos. Es mediodía. Se acerca a una fuente de agua cristalina. Forma cuenco con las manos. Bebe mirándose en el espejo de las palmas. Aún no ha nacido en Puerto de Santa María (Cádiz), Rafael Alberti. Un poeta que en el Libro de los Hechos consta en indeleble letra que ha componer EL GRUMENTE. Un poema tan de sentido común que ya figura invisiblemente escrito en los azulejos trianeros: «GRUMETE. / ¡No pruebes tú los licores! / ¡Tú no bebas! / ¡Marineros, bebedores, / los de las obras del puerto, / que él no beba! / ¡Que él no beba, pescadores! / ¡Siempre sus ojos despiertos, / siempre sus labios abiertos / a la mar, no a los licores! / ¡Que él no beba!». Y a fe que no bebe. Ni gota. El destino del grumete cuetano es hacerse a la mar. Sobrio, sube a La Trinidad con lo puesto. Pasa lista. Se santigua. Ya no es un marinero en tierra. Diez de agosto de 1519, festividad de san Lorenzo. El navío libra amarras. Hágase la voluntad del cielo. ¡Grumete a la mar, no a los licores!