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En el ciclo de cumbres y valles que agitan la política, al nuevo PSOE de Pablo Zuloaga se le han acabado los días de vino ... y rosas. El importante revolcón del 10-N permite a los críticos del partido salir de las trincheras en las que estaban agazapados y pasar al ataque para cuestionar el liderazgo y la capacidad de movilización de la cúpula socialista y también subrayar la creciente subordinación frente al socio en el Gobierno, el PRC de Revilla. Socialistas a la greña, un clásico de la política cántabra.
Los buenos tiempos han durado desde el verano de 2017, cuando Zuloaga y sus partidarios se hicieron con el control del partido con una contundente victoria en el congreso frente a Eva Díaz Tezanos y con los resultados similares de sus dirigentes afines en las principales agrupaciones durante los meses posteriores. Después, en la larga etapa electoral, alegrías y disgustos. Del crecimiento en las autonómicas a los fiascos de Santander y Torrelavega en las municipales. De la celebrada victoria en las generales del 28-A, la primera en 26 años, a la dolorosa derrota frente al PP en la repetición del 10-N, con 15.000 votos perdidos y cinco puntos menos que la media nacional del partido.
Como ha sucedido antes en esta y en otras formaciones, cuando se alcanza el poder, se vuelca el esfuerzo en el Gobierno y el partido se resiente. Aquél «no vamos a salir de Bonifaz para meternos en Peña Herbosa» de Zuloaga resulta un propósito más fácil de enunciar que de cumplir. La dirección socialista, tan crecida hasta hace unos meses, aparece ahora menos cohesionada. También más replegada a la defensiva a medida que florecen decepciones y reproches por el reciente fracaso electoral que, a la espera del Comité Regional del sábado próximo, se ha despachado sin autocrítica ni explicaciones convincentes sobre el déficit de movilización ni sobre el polémico relevo del candidato ganador en abril, Luis Santos Clemente, por el portavoz en Santander, Pablo Casares. En este clima se suceden desde los dos bandos las escaramuzas internas por la puesta en venta de la sede del partido de Bonifaz y por las supuestas irregularidades contables de la anterior ejecutiva.
En el horizonte, una nueva secuencia de elecciones primarias. Los críticos, muchos de ellos depurados por el nuevo régimen, quieren dar la batalla, pero por el momento no se percibe un liderazgo claro, por ejemplo entre los alcaldes que podrían dar el paso, como Javier Incera (Colindres) o Verónica Sampedro (Piélagos), Por lo demás, en el oficialismo opinan que ningún candidato podría ganar unas internas si actúa como abanderado de la vieja guardia. De momento, todos a la expectativa, también de la política nacional, porque la suerte, buena o mala, de Pedro Sánchez será un factor decisivo para el rumbo del partido en Cantabria.
El PSOE también ha de aclarar el incierto futuro en los dos municipios principales, Santander y Torrelavega. En la capital, Pedro Casares, secretario general del partido, candidato a la Alcaldía y portavoz en el Ayuntamiento, logra plaza en el Congreso y queda a la expectativa de que Sánchez pueda formar Gobierno y cuente con él para tareas ejecutivas. Ainhoa Quiñones es la número dos del grupo municipal y hay más nombres de posibles sucesores… pero Casares todavía no se ha ido.
En la ciudad del Besaya, donde ha funcionado una bicefalia en el partido y en el Consistorio, el inevitable relevo del que fuera alcalde y candidato fallido al Senado el 10-N, José Manuel Cruz Viadero, está muy en el aire. Como siempre sucede en Torrelavega, una intensa pugna por los cargos entre varias facciones ya caldean la vida interna del PSOE.
Otro flanco abierto en el socialismo cántabro alude a la siempre difícil relación con el PRC. Un mensaje principal de Pablo Zuloaga en su ascenso al liderazgo fue que la tradicional mansedumbre del PSOE ante Revilla se había terminado. Luego se impone la realidad política y electoral que otorga más poder que nunca al PRC en el Gobierno regional y a Revilla tanta visibilidad o más de la que siempre ha disfrutado frente a los sucesivos líderes socialistas, en la política cántabra y en la nacional.
Los críticos del PSOE expanden maliciosamente la idea de que el partido se encuentra más postrado que nunca frente al regionalismo, que ha engordado su parcela de gobierno con la educación, con las principales empresas públicas y ahora también con la representación en el Comité de las Regiones que combate la despoblación.
El PSOE tiene que hilar fino para mantener un aceptable nivel de convivencia con su aliado. Marcar distancias cuanto se pueda, por ejemplo en lo ideológico, pero con cuidado de no tensar la cuerda más de la cuenta. En efecto, sobre el PSOE de Zuloaga cuelga una espada de Damocles, esa que los regionalistas deslizan de vez en cuando: que Revilla siempre ha valorado mucho la estabilidad del Gobierno que preside, pero que si las cosas se tuercen, le costaría diez minutos negociar otro pacto de gobierno, incluso una amplia mayoría con el PP, y mandar a los socialistas a la intemperie.
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