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Recientemente tuve oportunidad de participar en el homenaje que se le tributó en el Ateneo de Santander a Leandro Valle González-Torre, un paisanuco inolvidable por múltiples motivos. Al hilo de la presentación del libro editado para evocar su trayectoria, excelente florilegio de testimonios, le ... recordaron con emoción varios amigos. El evento -tan sencillo como profundo, porque siempre son profundas las cosas sencillas- subrayó su enorme categoría profesional y humana. Su indeleble huella. Y demostró, en paralelo, la urgente necesidad que tiene la sociedad de reconocer vidas ejemplares, líneas a seguir.
Sometida la ciudadanía a la influencia mediática, que con indeseada frecuencia coloca en el escaparate a individuos de vómito, evocar a personas como Leandro y otras que hicieron cosas importantes resulta muy provechoso, muy esperanzador. Si desde las tribunas públicas se perdiera menos tiempo en el fomento de los que nada aportan, menos mal nos iría como especie. Y de rebote, al maravilloso planeta que una marabunta de tipos descerebrados machaca día tras día.
Jamás asumí el argumento de que referirse a quienes no forman parte de la denominada «actualidad» no vende, no interesa. Pues si no vende, que no venda. Y si no interesa, que no interese. Pero de aquellos que lo merecen, hay que hablar. De los grandes, hay que aprender. Es fundamental que los ciudadanos demos un paso al frente para asumir el reto-compromiso de forjar un mundo mejor. Como afirma Carmen Posadas, «vivimos tiempos en los que cualquiera puede convertirse en generador de información y por tanto también de desinformación. Tal vez por eso la palabra verdad está siendo poco a poco sustituida por el término relato». Acertada observación. Utilizado de modo torticero, el lenguaje mina de trampas el camino -léase conducta- de la opinión pública, de ordinario frágil y manejable para alcanzar según qué espurios fines. Por desgracia -así lo confirma la convulsa historia de la humanidad- abundan los botones de muestra en cualquier país, época, materia y coyuntura.
Según escribiera, y suscribo, Miquel Porta a la hora de vincular la acción del homo sapiens con el dictado de su conciencia, tal dictado «surge y cobra sentido en el marco de los valores y normas de la sociedad que acoge e integra al individuo. Y no solo eso: la acción moral -la conducta moral de acuerdo a determinados valores y normas- indica el tipo de sociedad que se quiere». Ahí le duele, ahí. Queda planteada la cuestión de fondo, la que pone el punto sobre la i, la que lanza un dardo que va directo a la conciencia, la que provoca una pregunta que obliga a pensar antes de responder. Esta pregunta: ¿qué sociedad queremos?
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