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Así ha sido. Desde el mes de marzo, hasta el viento del coronavirus se llevó las páginas de Torrelavega de El Diario; también con ellas voló 'El Soportal', mi columna de los sábados. Ni siquiera pude escribir algo por las fiestas de la ... Virgen Grande. Algo me consoló, y hasta me sentí halagado, al darme cuenta de que aquella columna había tenido bastantes más lectores de los que imaginaba. Muchos porque eran amigos, y otros, quizás menos amigos, porque ya no podían criticar lo que escribía. Desde entonces, transcurridos ya casi cinco meses, y con lo que está cayendo, la prensa no tiene más remedio que seguir hablando del virus y todas sus consecuencias, no solo para nuestra salud sino para nuestra economía. Sí, ya sé, y lo asumo como médico, todos estamos convencidos de que lo más importante es la salud. Sin embargo, no me olvido lo que nos comentó un día Ramón, un primo cubano, que huyendo de la Cuba de Fidel llegó a Miami solo con lo puesto, y su familia, claro. En la isla quedaba toda su vida y su trabajo... «Estaba lleno de salud, pero sin un centavo en el bolsillo, y -entonces decía-: ¿De qué me valía poseer tanta salud?». Exageraba, pero lo entendí. Aquella buena salud le permitió en Norteamérica rehacer su vida y una floreciente hacienda. Mejor siempre estar al lado de los ricos. Ya lo decía el pobre Lázaro en el Evangelio: «Al menos comeré las migajas que caen al suelo desde su mesa».
Metidos ya en la segunda quincena de agosto, muchos expertos, y otros no tanto, siguen escribiendo e informando -muy bien, a veces-, del coronavirus y la futura vacuna: al final llegará, seguro, aunque lo haya anunciado el portavoz ministerial Fernando Simón. Pero en la prensa ha habido más noticias. Me pareció muy esperanzadora, a pesar de todo, la foto de los presidentes con el Rey en San Millán de la Cogolla el pasado 31 de julio. Para estas fotos de familia, sugiero -aunque sospecho que ni caso- que lo ideal sería una breve retirada de mascarillas en el momento de la toma. Nadie lo reprobaría, y no creo que los fotógrafos tengan tanto a miedo a ser contagiados por unas personas tan representativas e ilustres. El doctor López Vega creo que ha acertado desde estas mismas páginas con el diagnóstico de «bozalosis».
En el pasado todo era menos complejo y nuestras autoridades, entre procesiones y rogativas, trataban de resolver estos problemas. Hoy nuestro laicismo oficial no lo permite y ha entronizado desde el quirófano a la calle «la santa mascarilla». En un país con un ministerio de Hacienda en manos de una médico, un virtual ministerio de Sanidad regido por un filósofo, y con diecisiete miniministerios provincianos, ¿qué haríamos sin nuevos dogmas? Por lo demás, la fotografía perfecta. En esta ocasión, no estaba el presidente Torra, y tampoco el contagio independentista se previene con mascarillas. ¡Pero mira qué bien pudo -o supo- situarse nuestro presidente cántabro -escalón arriba- entre el Rey y don Pedro! La tele da muchas tablas. Con los trajes, más o menos nuevos, me consoló ver que no solo a mí me crecen los pantalones, y a algunos hasta las chaquetas y las mangas. A última hora, Urkullu tuvo la destreza de un arreglo a su medida y acudió. Esa hubiera sido la disculpa correcta del honorable catalán y todos lo hubiéramos entendido. Su «private tailor» -en inglés, no en catalán- no acaba de atinar; me temo que algo debe pasar con sus hechuras. Así nos va.
Las presidentes mujeres -así es lo académico- lo tienen menos complicado: un bonito color, un corte acertado, centímetros arriba o abajo, y sin problemas; sencillas pero vistosas, siempre queda mono. Ya puestos a reafirmar las autonomías y potenciar nuestra identidad, para más adelante, no sería una mala idea lo del traje regional, por lo menos con un símbolo: barretina, chachirulo, peineta, faralaes, monteira, albarcas o un mantón... Pero ahora recuerdo que Pío Cabanillas perdió el ministerio con Franco por ponerse la dichosa barretina. A don Felipe VI algo lo comprometeríamos; quizás el cetro mejor que la corona, porque el manto de armiño sería demasiado. No, no somos ingleses.
Y que me perdonen los lectores. Hoy me he excedido, y, de entrada, los artículos largos, plagados de superlativos y gerundios, no hay quien los lea; bueno, es un decir. Me consta, y lo reconozco, que 'El Soportal' lo leían porque era breve. Como no sé nada de ciencia económica, hoy tenía intención de hablar de la economía de nuestros bolsillos por lo del desgraciado y temido virus, y ya ven. Lo dejo para otro día.
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