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«Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a otros». 'EL PRINCIPITO'
Durante este curso, muchas han sido las experiencias a este respecto en mi servicio en El Dueso como voluntaria y Delegada Episcopal de Pastoral Penitenciaria. Como voluntaria, se ha enriquecido ... mi vocación de Hija de la Caridad desde hace años pero, desde este nuevo servicio, la perspectiva cambia bastante y te implicas a otros niveles.
Visitar la prisión cada día, escuchar a las personas que más lo necesitan, acompañarles en su proceso de reconciliación, aplicarlo a mi vida intentando trasladarlo a mis relaciones con las personas en la convivencia diaria, aprender lo que de verdad significa para mi opción cristiana, vivir desde la parábola del hijo pródigo, son retos que me he planteado estos últimos meses.
Participar con un grupo de internos y profesionales en la peregrinación a Lourdes junto con la Hospitalidad de la Diócesis de Santander es una experiencia compleja y bastante difícil de asimilar. Fui testigo de cómo trataron con profunda ternura a los enfermos y personas discapacitadas, llorando con ellos, sonriendo, cantando, bailando, participando en los actos religiosos, atendiendo sus necesidades… Fue al volver, poco a poco, cuando me fui enterando de 'sus delitos'. Esto me hizo pensar lo fácil que es emitir juicios (y que duren de por vida) sobre los errores que cometemos las personas (que, en ocasiones, son muy duros y difíciles de asimilar). Esta experiencia me está ayudando a asimilar una expresión de Concepción Arenal: «Odia el delito y compadece al delincuente». Ciertamente cabe hacerse algún interrogante a este respecto: ¿qué hubiese pasado si cuando regresa el hijo menor, el padre no le acoge y se deja llevar por la actitud del hermano mayor? Supongo que ninguno de nosotros podría equivocarse, pues no habría posibilidad de perdón.
El Papa Francisco ha planteado de forma clara y contundente que, además de rechazar la pena de muerte, lo hemos de hacer también con la cadena perpetua, porque siempre ha de existir la oportunidad de la reinserción, siempre se debe dejar la puerta abierta al perdón. Entonces la misericordia del Señor triunfa sobre la sed de venganza. Una pregunta que la sociedad debe hacerse cuando una persona, sin medios, sale de prisión es: ¿y ahora qué? No podemos mirar para otro lado. Si alguien estaba en calle antes de entrar en prisión, o en situación administrativa irregular, o con enfermedad mental, o con tal delito que su familia no lo acepta… ahí es donde debe actuar la sociedad, es más, debemos apostar por la recuperación de esa persona, pues es quien más lo necesita. Cuanto más horrible sea el delito que ha cometido, más misericordia habrá de recibir para reconciliarse consigo mismo e intentar reparar el daño causado. Es evidente que la persona que ha cometido un delito no puede volver atrás, pero yo cuando me equivoco tampoco. Hemos de intentar reconocer la situación, perdonarnos, pedir perdón y aprender de ello, para intentar hacerlo mejor la próxima vez.
Asimilar esto supone mucha oración porque, a veces, tienes que acompañar procesos de personas que han cometido delitos muy duros y que humanamente te producen rechazo y, de ahí, que haya que ir, una y otra vez, a meditar la parábola del hijo pródigo, donde Dios nos muestra su abrazo de amor, y otras máximas evangélicas que nos dicen «no juzgues y no serás juzgado»; «las prostitutas os adelantarán en el Reino de los cielos»; «no he venido a salvar a los justos sino a los pecadores»…
Cada persona privada de libertad ya ha tenido una sentencia cuya decisión recae sobre el juez correspondiente, con el objetivo de que se reinserte en la sociedad. Hay diferentes circunstancias que hacen compleja cada situación pero, lo que está claro, es que los cristianos debemos dejarnos llevar por el amor y no por los prejuicios. La cárcel es una de las zonas de mayor marginación. Es complicado empatizar con las personas que viven allí aun cuando estás en contacto diario con ellas. Debemos tomar en serio esta realidad. Por ello, es doloroso que personas con posibilidades de reinserción, actuando de forma correcta para ir integrándose en la sociedad, sufran el rechazo, incluso desde sectores cristianos, porque 'salte a la palestra' su delito pasado y se produzca un bloqueo inmediato a la persona que está actuando de forma correcta en el presente. Por ello, hemos de creer firmemente en la máxima mencionada anteriormente «Odia el delito y compadece al delincuente».
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