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Fue el auge de Atenas y el miedo que esto creó en Esparta, lo que la empujó a la guerra». Así explicaba el griego Tucídides el motivo que condujo a un enfrentamiento bélico entre dos potencias del mundo clásico en uno de los primeros libros ... de Historia de los que tenemos noticia: 'Las guerras del Peloponeso'. Tucídides explica cómo, hace 2.500 años, los espartanos, cegados por el miedo, la ignorancia y el orgullo, fueron incapaces de comprender su situación y forzaron al mundo griego a una guerra de 27 años, de la cual nunca llegó a reponerse. Los expertos en geopolítica moderna, con el profesor de Harvard Graham Allison a la cabeza, han denominado «trampa de Tucídides» a la peligrosa dinámica que se genera cuando una potencia emergente amenaza con desplazar a la, hasta entonces, potencia dominante. En un 80% de las ocasiones, a lo largo de la historia moderna, este relevo de poder se ha resuelto con un conflicto armado entre ambas potencias: ascendente y menguante. Por eso, la relación entre EE UU y China es la más delicada y decisiva a futuro de cuantas existen hoy en día en el planeta.
Cuando llegué a China en 2005, tras veinte años de crecimiento sostenido a doble dígito, los libros que ocupaban las librerías se dedicaban a vaticinar cuándo iba a llegar el batacazo chino y su resaca. A partir de la crisis financiera de 2008, los analistas pasaron a elucubrar cómo sería el mundo si algún día China llegaba a sobrepasar a EE UU. Desde hace una década, en cambio, la pregunta ya no es si China se puede convertir, o no, en primera potencia mundial, sino cuándo va a operar ese cambio. Aunque todavía hay gente que defiende que la Tierra es plana o quienes niegan el cambio climático, ya prácticamente nadie duda del inevitable 'sorpasso' chino. A lo largo de los próximos 50 años (el transcurso de nuestra vida) vamos a ver cómo el país asiático se convierte en la primera potencia mundial. Sucederá en algún momento entre hoy y el año 2030. Es decir, nosotros lo veremos. No nos lo acabamos de creer, pero nos va a tocar.
El siglo XXI no va a ser el siglo de China (todavía, no), pero sí va a ser el siglo que atestigüe el declive de América como primera potencia mundial. Esta no es una cuestión baladí: el orden geopolítico y financiero global actual es profundamente americano y es todo cuanto hemos conocido los que hoy vivimos en el planeta. Nos cuesta mucho imaginar algo diferente. Pero es algo muy diferente lo que se avecina.
El orden mundial actual encuentra su explicación en el fin de la Segunda Guerra Mundial, y casi todo lo que está sucediendo hoy en el mundo también. Aunque el covid-19 acelere el proceso ya en marcha, el 'sorpasso' no va a suceder de la noche a la mañana y eso concede razones para la esperanza a quienes, como Henry Kissinger, creen que vamos a evitar la «trampa de Tucídides», evolucionando pacíficamente a un reparto bipolar o multipolar del poder entre las dos potencias dominantes. Paradojas del mundo actual, gran parte de ese auge económico y tecnológico de China se explica, precisamente, gracias a Kissinger y a la ayuda de los EE UU. Así, por vez primera, desde la creación de organismos internacionales modernos (Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial, la OCDE, etc.), la hegemonía económica, militar y tecnológica mundial va a pasar a manos de un país en vías de desarrollo, no occidental, comunista y gobernado por una dictadura militar de partido único. ¿Y esto qué supone? Esto significa un verdadero 'reseteo' en nuestra forma de ver el mundo pues, actualmente, todavía lo amueblan los valores de un país desarrollado, occidental, capitalista y liberal: Estados Unidos. Y esos valores, además de los preponderantes en la actualidad, son también los nuestros.
El sistema chino funciona, su legitimidad proviene de sus logros y otros países emergentes están interesados en adoptarlo. Si China fuese una empresa y el gobierno chino su CEO, China sería la compañía más exitosa del mundo desde hace 35 años. ¿Quién está mejor preparado para dominar el planeta: un país cuyos habitantes pueden votar a sus líderes, pero que elige como presidente a un tipo que tiene a gala no leer libros o un país cuya población no puede elegir a sus gobernantes, pero que está controlado por una meritocracia de tecnócratas?
Personalmente, dudo de que el mundo vaya a ser mejor cuando América deje de ser primera potencia mundial. Tampoco creo que un dominio global chino signifique el fin del planeta. Lo que sí va a suponer es una enorme transformación a todos los niveles. Probablemente, la única pregunta importante que realmente merece la pena plantearse no es si será mejor o peor un sistema u otro, sino: ¿estamos preparados?
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