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El ex cura Paco Pérez, un viejo amigo y antes padre espiritual, me recriminó, quizá por última vez, una cierta tendencia al nihilismo que había detectado en una de mis cartas. El nihilismo, me dijo, conduce a la inanidad y el vacío: la nada. La ... esencia de lo humano es la palabra y la acción, el silencio y la apatía son la negación de lo que en nosotros hay de seres humanos. Todo un stop a aquel incipiente nihilismo.
La anécdota me viene a la memoria a raíz de la última contienda electoral en EEUU. La famosa frase pronunciada por Obama hace 8 años: «no hay una América liberal y una América conservadora, lo que hay es Estados Unidos», ha probado hasta la saciedad ser una formulación de deseos que, hoy por hoy, no va a cumplirse. En su lugar tenemos la evidente existencia de dos mitades que no se escuchan la una a la otra ni se las ve la intención de hacerlo. Algo que empezó bastante antes de Trump, en tiempos de Bill Clinton, con el entonces líder republicano en el Congreso; desde los años noventa del siglo pasado, una mayoría de Republicanos y sus votantes se han negado a reconocer la legitimidad de cualquier presidente Demócrata.
Ante está coyuntura, que yo califico de guerra civil fría, es forzoso tomar partido; hay otra opción, el nihilismo, pero solo beneficia al nihilista no a la sociedad en la que vive. Biden y Obama parecen haber abandonado aquella vana ilusión y durante la última semana de campaña han unido sus fuerzas para suministrar un severo reactivo contra el nihilismo que embargaba a los votantes en general y a los Demócratas en particular. En efecto, el electorado parecía haberse resignado a sufrir la «marea roja» (en EEUU los rojos son los Republicanos y los azules los Demócratas) provocada por Trump y el trumpismo, ante la pasividad de los conservadores auténticos y el desencanto del progresismo. El dúo Biden-Obama planteó abiertamente la pregunta clave,» ¿De qué lado está usted?», puso negro sobre blanco la realidad del momento, exhortó a los electores a romper el silencio y pronunciarse. El resto es historia: el stop al nihilismo entró en funcionamiento y en solo una semana le dieron la vuelta a todas las encuestas y sondeos.
No es que los Demócratas estén libres de pecado a este respecto; pero están lejos de representar una amenaza al sistema comparable a la del trumpismo. Si bien en sus filas existe una facción cuyos activistas resultan muy agresivos y exhiben ideas que producen vergüenza ajena (p.e. privar de fondos a la policía) sus líderes están lejos de haber sido secuestrados por esta facción, como lo están los Republicanos. El intento de establecer una equivalencia entre ambas situaciones, deja de ser un acto de ecuanimidad para pasar a ser un acto de nihilismo.
Cuando la democracia está en peligro, no puede exigirse a Biden que adopte actitudes complacientes hacia la militancia trumpista con la esperanza de que ello calme su ciegos impulsos. El asalto al Capitolio se produjo antes de la inauguración de su gobierno; su legitimidad está siendo radicalmente cuestionada desde el primer día. Cualquier intento de recurrir a acciones contemporizadoras será inane. Durante decenas de años los presidentes americanos han apelado a la necesaria unidad de acción, siempre con resultados infructuosos.
El delito de Biden, pues, ha sido poner un stop a las insinceras pretensiones de unidad.
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