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Hay tanto de que opinar que uno quisiera una certeza genérica que le sacara del trance sin riesgo de liarla tanto y tan constante. Es cansadísimo esto de opinar de todo, como si uno supiera. De lo poco que supongo que sé, cada vez lo ... supongo menos. Lo más parecido que pueda tener a esa opinión multipropósito, navaja suiza de las declaraciones, para cualquier tema, se la oí a Alfonso Guerra en una entrevista respecto de su vida pública cuando resumió lo que había aprendido en un 'ná es pa´tanto' que me parece pura filosofía de la vida y de las cosas.
Sobre la Ley del Suelo tuve una comparecencia en el Parlamento como decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Cantabria para aportar a la propuesta de la ley, en representación de la profesión de la Arquitectura y el Urbanismo, con mayor estudio y con más detalle. Allí quedó lo que dije, empañadas las aportaciones de mis compañeros en mi torpeza para expresarlas.
En realidad, ni con esta, ni con ninguna Ley del Suelo se puede estar más que a todo tirar conforme, nunca contento ni desde luego entusiasta. De esta criticamos su extensión y complejidad, la falta de un modelo territorial previo o simultáneo. Valoramos el esfuerzo de los redactores y su compromiso con lo práctico, apreciando que esa misma voluntad es también lo que dificulta hacer un texto más claro. Coincidimos en la misma crítica con otros profesionales pues tendremos que trabajar en lo cotidiano con lo que salga de este parto tan largo. Apreciamos la agilización y normalización de procedimientos de planeamiento, tan extensos que su trámite se ha convertido en un impedimento.
Pero, pasados los meses, vemos que se ha desarrollado frente a este Ley una oposición alarmista, dedicada y militante, que aglutina descontentos varios en un alboroto que diría conviene más al enfrentamiento político, que al debate y la contención adecuados a un proceso legislativo en un tema tan fundamental como el del Suelo.
Como otras ocasiones firmo esta tribuna con nombre propio pues, aunque decano, no me atribuyo, sin previa consulta lo más extensa que pueda, voz que represente a mi entera profesión en temas en que se producen estas polémicas que no tienen que ver, las más de las veces, con lo que de verdad se discute, sino con personalismos y banderías que se van al trazo grueso.
Y así no hay manera. Si la discusión está en los detalles, y todo tema tiene demasiados, lo que resulta imposible es el debate de lo general, el acuerdo en lo fundamental.
Y vemos que de la Bahía se protesta la escollera, del Pereda el Arco, de la planificación productiva, portuaria y ferroviaria que si la Pasiega sube o baja, del sistema energético que si los molinos eólicos son la póstuma de las plagas de Egipto. La sombra de los derribos es alargada. Mientras tanto, todos los problemas se eternizan sin solución: la Bahía reclama lo suyo, los proyectos zozobran, las inversiones no saben por donde ni por qué, la inseguridad y la incertidumbre se hacen seña de identidad y nuestro bello paraíso languidece por comparación inevitable con sus regiones vecinas. Los debates además se mezclan, así que estamos entre llamadas a la resistencia, a no abandonar nuestros pueblos y a resistir ahora y siempre, al hormigón invasor.
Tenemos esa cierta querencia de aldea irreductible en la que todas las asambleas de participación acaban en riña tumultuaria, merluza va y chuleta viene, pero ninguna aportación en claro. Todo mal, todo fatal. Al fin y al cabo, y viendo el panorama, no me extraña tanto que veinte años después sigamos sin un Plan Regional de Ordenación Territorial, un modelo de territorio, una idea general y generalmente admitida. ¿Será imposible?
De la Ley del Suelo no se discute, ni se debate. Más todavía, apenas ni se habla. Toda la discusión y la protesta es por si se deja o no se deja construir viviendas en el suelo rústico, y un poco que si los PSIRes y los penares eólicos, y que si el PROT antes o después.
En la construcción en suelo rústico, no nos engañemos, hay un talón sin fondos de un banco malo que algún día cerrará, cuando los acreedores se agolpen a sus puertas.
Las familias cántabras con fincas en rústico se hacen la cuenta de la lechera, o de la Pasiega, porque «ahí se puede hacer una casa». ¿Podríamos conceder todas las autorizaciones que pudieran cumplir las condiciones requeridas? La influencia sobre el precio del suelo de esa amplia expectativa devalúa nuestros suelos urbanos y las edificaciones existentes en nuestros pueblos, depreciando y arruinando de facto el Patrimonio Arquitectónico de Cantabria.
Discutimos que si la Ley, que si la Losa, que si la Pasiega, que si la Eólica... Nos cebamos en las discusiones cuando lo imprescindible es el debate y el acuerdo que produzca. Y para el acuerdo hace falta un poco de tranquilidad. Y frente a tanta consigna maximalista y las jeremiadas que anuncian que el cielo caerá sobre nuestras cabezas... algún 'ná es pa´tanto'.
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