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Las privilegiadas generaciones que crecimos sin guerras ni penurias económicas y con un sistema de bienestar público, hemos visto -horrorizados- como nuestro supuesto 'progreso' era, en realidad, un gigante con pies de plomo. El concepto de 'resiliencia' se hace hoy más necesario que ... nunca: ¿Cómo conseguir resistir con los menos daños -personales y globales- posibles? ¿Dónde se descargan las instrucciones para surfear este tsunami? Antes de nada conviene no olvidar la máxima oriental de que -afortunadamente- todo pasa; y también lo hará esta crisis. Además, si la comparamos con otras catástrofes históricas (pestes, guerras, holocausto judío, totalitarismos, terror atómico...) concluiremos que nuestro confinamiento, con agua, luz, calefacción, comida, tecnologías... resulta bastante más soportable. En ese sentido, puede resultar útil acudir a otras experiencias de supervivencia en confinamientos realmente terribles, como la del equipo de rugby uruguayo cuyo avión se estrelló en 1972 en Los Andes, enfrentándoles a una pesadilla que duró 72 días e incluyó temperaturas gélidas, aludes mortales, antropofagia y la devastadora noticia de que les habían dado por muertos, por lo que la única solución posible pasaba por intentar lo imposible: atravesar los nevados Andes a pie, sin ningún tipo de preparación ni material de escalada. De aquello podemos extraer algunas conclusiones muy útiles para afrontar la crisis actual:
Ayuda mutua: una de las razones del 'milagro de Los Andes' consistió en aplicar los valores que el rugby les había inculcado: férrea disciplina, unión y trabajo en equipo, primacía del interés general sobre el particular, ayuda constante a los compañeros que lo necesiten. Esto resulta fundamental para abordar la actual pandemia, tanto a nivel micro (familiar) como a nivel nacional y global (socio-político). La opción de optar por la política del 'sálvese quien pueda', el reproche y enfrentamiento, o el buscar un 'culpable' o enemigo exterior, suele tener consecuencias funestas.
Aquí y ahora: los dos expedicionarios que lograron atravesar los Andes y salvar a sus compañeros centraron toda su consciencia en superar cada difícil situación que se iba planteando, huyendo de la nostalgia del pasado y de la preocupación o miedo por su oscuro futuro. Roberto Canesa cuenta que la técnica que usó durante la travesía consistió en centrarse única y exclusivamente en dar el paso siguiente, porque cualquier otro análisis le hubiera llevado al convencimiento de su inminente muerte. Nando Parrado, quien vio morir a su madre y hermana, se puso como único objetivo sobrevivir para volver a casa con su preocupado padre, en lugar de rendirse y dejar que el dolor por las pérdidas le paralizasen.
Sentido del humor: los supervivientes coinciden en que el humor fue una tabla de salvación a la que recurrieron a menudo durante su infortunio. Paradójicamente el humor negro, el reírse de sí mismos y de su situación, los chistes verdes... estuvieron muy presentes esos días, como lo ejemplifica la anécdota de aquella asamblea en la que debatieron si recurrir o no a alimentarse de los muertos, ante la grave inanición que sufrían. Finalmente fue el comentario jocoso de uno de los que se hallaban más graves lo que rompió la tensión, provocó la carcajada y convenció a todos de que debían dar el traumático paso «¡Oid: cómo me muera y no me comáis, bajo y os doy una patada en el culo, por huevones!».
Espiritualidad: palabras como 'fe' pueden tener una connotación negativa para aquellos que no profesamos religión alguna. Sustituyamos entonces el término por 'confianza' en su triple manifestación: hacia uno mismo, hacia los demás y hacia el 'todo' (en el sentido que cada uno conciba a los niveles de sabiduría profunda a los que todos tenemos acceso: llámese divinidad, yo interior, consciencia cósmica, inteligencia superior, energía amorosa...). Todos los supervivientes tuvieron experiencias de estados ampliados de consciencia en los Andes y regresaron con un enfoque espiritual de la vida que les ayudó durante la tragedia y posteriormente. Incluso aquellos menos religiosos, como Nando Parrado, quien confiesa en su libro que una energía amorosa de vida le ayudó a superar la presencia continua de la muerte: «Entonces me di cuenta de que existía algo en el mundo que no era muerte pero era igual de imponente, resistente y profundo. Era el amor que sentía en el corazón (...) había algo más grande que yo, algo en las montañas, en los glaciares y radiante cielo (...) cuando sentimos lo que llamamos amor, en realidad estamos sintiendo nuestro vínculo con esa imponente presencia. Aún lo puedo notar cuando mi mente se relaja y presto realmente atención».
En definitiva, la impactante experiencia de aquellos chicos, hoy ancianos, resulta muy aleccionadora para contestar a la pregunta que da título a éste artículo. Y la respuesta se resumiría en un subtítulo final: «Amor/humor para combatir el temor/terror».
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