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Hace unos días, este diario daba cuenta de la exposición que dedica el museo Guggenheim al artista contemporáneo japonés Yoshitomo Nara, en una apuesta muy acertada por acercar al público europeo el universo nipón. Un año atrás, el protagonismo en Bilbao le había correspondido ... a Yayoi Kusama, una voz que ha recorrido casi un siglo con su mirada en busca de respuestas y, quizás, de sanación individual y colectiva. En cierta manera, la obra de ambos representa la complejidad de una sociedad marcada por la tradición y la rigidez, pero cuyos individuos en muchas ocasiones aspiran a ser otro, siquiera transitoriamente, a través del disfraz (el cosplay), la voz (el karaoke) o los animes de rostro universal.
Contemplar las obras de ambos creadores lleva a preguntarse por su origen y resulta una excusa perfecta para proponer un viaje imaginario por el país del crisantemo, que desde su lejanía genera una atracción justificada. En particular, Yoshitomo Nara procede del norte de la isla de Honshu, la principal en el archipiélago. Nacido en Hirosaki, una histórica ciudad de la prefectura de Aomori en la que hoy se conservan casas samurái, residió allí durante su infancia y adolescencia. Creció así en la región de Tohoku, definida por el mar y la montaña y por el aislamiento ocasional fruto de los duros inviernos. En Hirosaki, no es difícil imaginar el ojo artístico paseando por los jardines del castillo erigido originalmente en el periodo Edo y en el que la floración de los cerezos se ofrece con tintes de especial intensidad.
Desde hace un tiempo, el tren bala o shinkansen realiza el recorrido Tokio – Aomori/Tohoku en un tiempo aproximado de tres horas y media, para continuar hasta la isla de Hokkaido, visible desde la costa en días despejados. Sin embargo, y pese a estar hoy mejor conectada con la capital, el sosiego, la luz y el espacio de Tohoku son la antítesis de la bulliciosa Tokio. Ello permite reflexionar de nuevo sobre las tensiones internas o simplemente sobre los distintos matices de un país en absoluto homogéneo que se muestra en múltiples formas de dualidad: lo urbano frente a lo rural, la tradición frente a la modernidad, la rigidez frente a la espontaneidad, la apertura frente al hermetismo. La obra de Nara, como la de Kusama, es posible que sea precisamente fruto de estas tensiones, que caracterizan a las sociedades contemporáneas, pero singularmente a un país-isla fascinante y complejo que merece la pena conocer siquiera desde la distancia y a través de su arte.
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