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'More Asia, less elsewhere'. Este es el mantra de Estados Unidos desde 2014 cuando Obama inicia el giro exterior hacia Asia. El crecimiento de China y sus aspiraciones soberanistas sobre las provincias autónomas de Hong Kong y Taiwán y sobre las rutas del Mar ... del Sur de China, chocaban con los intereses desplegados por Estados Unidos, Occidente y la globalización en la región. Y éstos, chocan a su vez con la aspiración china de convertirse en una superpotencia regional cuando ya ha consolidado su liderazgo económico. Todo, gira en torno a esta cuestión. Y toda esta cuestión, a su vez, gira en torno a Taiwán.
La isla de Taiwán es el enlace entre los archipiélagos filipino y japonés completado por una red de pequeñas islas, que convierte a ese territorio en la primera línea de seguridad y defensa de Estados Unidos en Asia-Pacífico. La segunda línea iría desde Hawai hasta Australia, pasando por Guam y otros pequeños archipiélagos. Cuando terminó la segunda guerra mundial, con la marina japonesa derrotada y la británica en el astillero de la historia, la marina americana tomó posesión de una serie de territorios y luego Estados Unidos estableció acuerdos con distintos países asiáticos, para consolidar su poder en la región y hacer frente a amenazas tales como el comunismo expansivo, u otras que pudieran desarrollarse. Desde entonces, la flota americana garantiza la libertad de navegación a las flotas pesqueras y comerciales desde el estrecho de Malaca hasta Corea.
Pero lo que entonces era un conjunto de estados en proceso de descolonización, en vías de desarrollo y un polvorín para la guerra fría, en las últimas décadas se ha transformado en la región más próspera, rica y dinámica del planeta. La globalización económica ha multiplicado los acuerdos entre países, los movimientos de población, la deslocalización de empresas y los intercambios. Y la capacidad tecnológica de algunos de estos países asiáticos, China incluida, rivaliza y alimenta el orden económico y también la seguridad global. Pero esta boyante situación ha derivado en los últimos años en una creciente bipolaridad entre China y Estados Unidos. Los primeros aspiran a cohesionar su soberanía continental, marítima e insular como elemento de poder y de futura supremacía, mientras que los americanos, aspiran a desarrollar un equilibrio, ventajoso para sus intereses, a través del fortalecimiento de alianzas (Aukus, Quad) y la proyección de sus valores: democracia, libertades, derechos.
En esa estrategia de grandes potencias que compiten por el poder, Taiwán es una pieza de equidistante importancia para ambas. Para los chinos, es a la vez el broche para la reunificación territorial y la llave para romper el cerco marítimo occidental y devolver a Estados Unidos a su lejano continente. Y para los americanos Taiwán es la cerradura para la expansión chino comunista y la puerta para el éxito de la democracia, que se abre a los asiáticos, delante de las narices de Xi Jinping. Por eso la visita de Nancy Pelosi y los congresistas a la presidenta demócrata, Tsai Ing wen, saca tanto de quicio al presidente de la Republica China y produce una reacción política a través de maniobras militares multidominio. Un llamativo despliegue que en la isla de Taiwán no alarma a casi nadie porque Xi lleva organizando ejercicios similares desde hace varios años, con o sin políticos americanos. Pero que le sirven para dejar clara su voluntad de hacer frente y sustituir al Occidente colonialista que Estados Unidos, según él, representa.
El almirante Phil Davidson, comander del Indo Pacific Comand (Indopacom), estima que en 2027 la República Popular China, estará en condiciones de poner en marcha una invasión de Taiwán. Aunque la estrategia del único partido de la República Popular, el Partido Comunista, que lidera con mano firme Xi Jinping, ha fijado en el año 2049 el final del llamado rejuvenecimiento (renacimiento) chino, que acabamos de exponer. Coincidiendo con el centenario de la victoria revolucionaria comunista en 1949 sobre los nacionalistas del Kuomitang que se establecieron posteriormente, con éxito, en la isla de Taiwán. Entre una de esas fechas de las dos posibles, la peor una y la más artificiosa, la otra, pudiera producirse una confrontación entre las dos superpotencias en Taiwán, con Taiwán y por Taiwán.
Pero también pudiera ser que no se produjera un enfrentamiento abierto. Según dice el New York Times, diversos blogueros chinos, críticos con el gobierno de Xi, han cuestionado las maniobras militares tachándolas de ser unos fuegos artificiales sin capacidad de modificar la realidad actual. Es decir, en la propia China comunista, el régimen tolera a los críticos ultra-nacionalistas. Quizá para advertir al mundo, que después del comunismo puede producirse un fenómeno político aún más alarmante: el del postcomunismo. Putin lo ha hecho visible con las harleys, los misiles y las tuberías de gas. Un mundo postcomunista al estilo Mad Max, donde la boyante China de Xi Jinping no quiere aparecer, ni ser protagonista. De momento, se conforma con hacer de Robocop en Hong Kong y volar como Top Gun sobre las aguas de Taiwán.
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