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La intervención en el mercado eléctrico anunciada esta semana por la Comisión Europea es «de emergencia» -así la calificó su presidenta, Ursula von der Leyen- porque, por razones difíciles de entender, Bruselas ha eludido actuar en él hasta que la situación se ha tornado insostenible. ... Tanto como se veía venir hace meses. Desde que Vladímir Putin invadió Ucrania y empezó a utilizar como arma de guerra la energía de la que depende la UE. Los desorbitados precios en el sector representan una seria amenaza para la economía y un potente foco de malestar ciudadano al disparar la inflación a niveles insoportables. Una vertiginosa escalada que sigue fuera de control, pese a pulverizar todos los récords, ante el cada vez más probable cierre total del suministro ruso a la Unión como chantaje para que abandone a su suerte al régimen de Kiev. Ha quedado de manifiesto la urgente necesidad de revisar un sistema por el que el coste del gas -disparado por las maniobras del Kremlin y las tensiones especulativas- es determinante en el de la luz. Un modelo diseñado en su día para fomentar la inversión en renovables y penalizar el uso de combustibles fósiles, y que en las actuales circunstancias constituye un mayúsculo factor de distorsión.
El Gobierno de Pedro Sánchez planteó hace más de un año una reforma que desacoplara el precio del gas y el de la electricidad, sin que fuera atendida su propuesta. El pasado marzo obtuvo permiso, junto a Portugal, para topar el primero en la denominada excepción ibérica, no sin serios recelos de varios países de la UE. Ahora, la Comisión se ha visto obligada a rectificar y prepara medidas en esa misma línea, cuyos detalles se desconocen, ante la clamorosa evidencia de que el mercado eléctrico no está preparado para una emergencia como la presente. La decisión supone un espaldarazo a las tesis españolas frente a la tozudez de Bruselas, aferrada a la errónea teoría de que la carestía del gas era pasajera y pronto tocaría techo, y que se había limitado a recomendar a los Gobiernos medidas paliativas para amortiguar sus efectos.
Con la inflación desbocada y el fantasma de una recesión en el horizonte, la UE no podía permanecer más tiempo de brazos cruzados. Ha reaccionado tarde ante un problema de primera magnitud que, mientras persista la guerra, no podrá resolver por sí sola. Pero tiene en su mano aliviarlo provisionalmente y abordar una profunda reforma del sistema que aporte tranquilidad a medio plazo.
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