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El mundo parece haber iniciado una nueva época de iconoclastia o destrucción de las estatuas como la que azotó en el siglo VIII al Imperio Bizantino: una serie de emperadores cristianos abrazaron la doctrina que condenaba el culto a las imágenes, tal como se establece ... en la Biblia, y provocaron tales divisiones que Bizancio estuvo a punto de caer víctima de las guerras civiles. Ahora las víctimas no son tanto los santos y las vírgenes sino aquellos a los que se obliga a pedir perdón tras ser sometidos a juicios sumarísimos del pasado histórico. Los supuestos responsables de delitos como el esclavismo o el colonialismo ven derribadas sus estatuas, llámense Cristóbal Colón o el Marqués de Comillas.
Pienso que quienes atacan una estatua es porque creen en su influencia maléfica y porque no pueden defenderse. En la Antigüedad era creencia generalizada que el poder de la persona se transmite a través de sus imágenes, lo que explica la proliferación de su culto tanto en Grecia y Roma como en el cristianismo hasta que llegó el protestantismo que impuso las iglesias sin imágenes. La Biblia y, siguiendo sus pasos, también el Corán, prohibieron las estatuas porque estos legisladores eran conscientes de su poder. Los luteranos vaciaron las iglesias y sustituyeron las imágenes por la música. Los otros cristianos incluso las siguen exhibiendo en procesión fuera de los templos para que su poder en la calle sea más efectivo contra las pestes, las plagas o las sequías.
Soy de la opinión de que todos los iconoclastas modernos son tan fetichistas y supersticiosos como los antiguos pues, aunque no lo reconozcan, creen en el poder mágico de las imágenes: eliminando la estatua del personaje consideran que los supuestos daños que se les atribuyen han quedado purificados. Pero no deberían olvidar que cuando una imagen era profanada se exigía un rito de expiación para devolverla su poder mágico. No sé si son conscientes de ello los nuevos iconoclastas. Recientemente he leído que el poder de una imagen se desactiva poniéndola en un museo, pero los antiguos no lo veían así, aunque los museos están llenos de estatuas antiguas. Un caso paradigmático lo tenemos en la historia del famoso boxeador griego Teágenes de Tasos, pequeña isla al norte del Egeo. Después de vencer en Olimpia y en otras competiciones, sus paisanos le elevaron, como era costumbre, una estatua en su ciudad natal. Un paisano, que había sido su enemigo en vida, cada vez que pasaba por delante azotaba la estatua para vengarse, hasta que en una ocasión la estatua cayó sobre él y le produjo la muerte. Los hijos iniciaron un proceso contra la estatua por asesinato y la ciudad aplicó una antigua ley del legislador ateniense Dracón que decretaba el exilio para todo aquel, persona u objeto, que provocase una muerte.
En consecuencia, la estatua fue arrojada al mar. Pero se produjo una sequía permanente por lo que los tasios enviaron una delegación al santuario de Delfos y la profetiza les dijo que debían permitir que retornasen todos los exiliados. Así lo hicieron, pero la sequía no acabó, por lo que hicieron una nueva consulta y les reprochó que aún no había retornado el gran Teágenes. Los habitantes quedaron desolados hasta que unos pescadores recuperaron la estatua trabada entre sus redes. La devolvieron al pedestal primitivo y los males de la ciudad terminaron. Los tasios y otras ciudades le veneraron en lo sucesivo como un dios especializado en la cura de enfermedades.
El caso de Teágenes debería hacer reflexionar a todos aquellos vengadores del pasado que creen que se puede reformar el mundo eliminado las estatuas de todos aquellos que han hecho algo que ahora está mal visto o no se lleva o no les agrada. Pero que no olviden que si destruyen las imágenes es porque en su subconsciente siguen creyendo que su poder sigue vivo.
La corriente de iconoclastia que se ha extendido por Europa y América como si fuese un logro de la humanidad, en realidad va de la mano con el retorno del pensamiento mágico y de otras supersticiones que dan origen a nuevas formas de idolatría o religión civil. Aquellos idólatras que derriban las estatuas deberían temer que sus víctimas no se venguen de ellos como les sucedió a los habitantes de Tasos.
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