Es muy tentador confundir lo que a uno le sirve a nivel personal...
Cuaderno de excepción | Día 70 ·
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Cuaderno de excepción | Día 70 ·
Nunca he sido capaz de afrontar grandes desafíos. Ante una crisis como la actual, tan desproporcionada y compleja, me siento impotente. No sé hacer otra cosa que observar cómo todo se va desarrollando. No tengo ni idea de cómo resolver los grandes asuntos que se ... nos vienen encima. Solo sé implicarme en esas cosas diminutas que tienen que ver con el civismo cotidiano.
Cuando una persona me dice que quiere cambiar el mundo, pienso para mis adentros con cierta resignación que no soy capaz de hacer algo así. Me digo a mí esas cosas, es posible, para aliviarme de esa carga, porque carezco de la fuerza de espíritu que me permita embarcarme en proyectos de esa envergadura. Podría, y eso siendo muy generoso con mis posibilidades, aspirar a cambiar mi mundo particular, no el de todos. En ese granito de arena estoy. Los grandes retos me abruman, no porque no crea en ellos sino porque me siento incapaz de llevarlos a buen término. Por eso, supongo, concentro mis fuerzas en lo que siento que está a mi alcance, en lo que creo que puedo hacer. Y dejo la resolución de los grandes problemas de la humanidad a los otros.
Cuando escribo un poema, por ejemplo, no aspiro a que transforme ni mejore nada ajeno a mí, simplemente escribo un poema porque a mí me vale y lo hago como puedo, mal casi siempre. Al final, un poema más entre los millones que se escriben a diario y que sirven, normalmente, a quien los escribe y a nadie más. El resto, «vanidad de vanidades y todo vanidad». Creo que son pocas las cosas verdaderamente trascendentes que una persona puede hacer en la vida. Escribir, salvo contadas excepciones entre las que no me encuentro, no es una de ellas. Cultivar la amistad o el buen amor, pedir perdón cuando se hace daño, cuidar bien de un hijo o de unos padres, ayudar a los necesitados sin hacer publicidad de ello, dar clases en un colegio o atender a enfermos en un hospital ya me parecen asuntos algo más elevados.
En estos tiempos extraños, estos tiempos en los que parece que muchas cosas van a cambiar, es muy tentador confundir lo que a uno le sirve a nivel personal con lo que debe convenir a los demás: la verdad particular con la general, si es que existe. Esa confusión me ha cegado algunas veces. Y me pesa. Estoy atento para que no me vuelva a pasar. Porque me parece que cuando nos ponemos en cualquier ámbito a predicar sobre lo que a todos nos conviene, caemos en una blanda soberbia que se traduce en esa cosa tan fea que es decirle a la gente, en estos momentos difíciles, lo que tiene o no que hacer.
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