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La ciencia ha demostrado que, por regla general, los hombres disponemos de mayores capacidades espaciales (para leer mapas, por ejemplo) que las mujeres y, en cambio, ellas disfrutan de una mayor facilidad para resolver problemas complejos disponiendo de información básica, tomando a partir de ella ... decisiones intuitivamente acertadas. Estadísticamente, los hombres tenemos una cantidad 10 veces mayor de testosterona que las mujeres y esa desproporción es reveladora: esta hormona explica muchos comportamientos y no pocos acontecimientos históricos. La testosterona, íntimamente relacionada con la libido, el estado de ánimo, la alopecia androgénica, la masa ósea y muscular o las conductas agresivas, ha sido una hormona clave en la supervivencia de la especie humana, los patrones reproductivos o la organización social a lo largo de los siglos. No obstante, los paleontólogos han concluido que la evolución del cráneo de los homínidos que nos preceden se tradujo en una reducción importante en los niveles de testosterona. A su vez, esa disminución parece explicar, en parte, el nacimiento de la cultura colaborativa y solidaria, el florecimiento de los intercambios comerciales o de las expresiones artísticas y culturales propias de la naturaleza humana.
Con la modernización de la vida, la 'era de la testosterona' parece haber entrado en un declive aún más acelerado: los varones de las sociedades desarrolladas actuales estamos perdiendo (a marchas forzadas) testosterona (un 17% en apenas dos décadas). El hipogonadismo (es decir, niveles de testosterona baja) está asociado, además de a condicionantes ambientales (sedentarismo, dieta, etc.) a factores étnicos y geográficos. Así, la profesora Carole Hooven muestra (en su libro homónimo) que los niveles de testosterona en hombres asiáticos son significativamente menores que aquellos de varones de otras razas. Esto explica la menor cantidad de vello facial y corporal de los varones asiáticos, así como la menor incidencia de alopecia androgénica o crímenes agresivos.
La propia percepción de un problema, su complejidad y su riesgo está modulada por la cantidad de testosterona en sangre. Precisamente por ello, el 'poder suave' (más cercano a lo femenino, el Yin) y la 'escasez' de testosterona, parecen estar relacionadas con el modo en que las mujeres toman decisiones o gestionan un conflicto. Estudios médicos llevados a cabo en la última década demuestran que las reacciones intuitivas que se adoptan bajo el efecto de grandes dosis de testosterona generan una sensación de falsa confianza y tienden, mayoritariamente, a la sobrerreacción o a resultar erróneas. Así, los investigadores concluyen que, a mayor concentración de testosterona, más temeridad e impulsividad en las decisiones, falta de reflexión pausada y menor tiempo dedicado a la formación de un juicio. Este tipo de inteligencia emocional -intuitiva, reposada y prudente- parece serle, también, naturalmente propio a los hombres asiáticos. Yo mismo, tras casi dos décadas conviviendo con ellos, puedo destacar de sus conversaciones una astucia y perspicacia en la forma de expresarse que, en otras etnias y culturas, suelen ser exclusiva de las mujeres. El estilo indirecto, tan típico de los orientales (y al de muchas mujeres) al hablar, tiene un propósito específico: construir relaciones y generar lazos emocionales, evitando la confrontación, el conflicto, la discordia y la agresividad. El cerebro de los hombres asiáticos y, en general, de las mujeres parece diseñado para mantener la armonía y disfrutar del propio proceso de comunicación.
La última vez que visité Rusia pude ver, en la misma oficina de correos en la que estaba franqueando cartas, un 'souvenir' que, entonces, me resultó entre pintoresco, estrafalario y siniestro: el calendario oficial de Vladimir Putin. En el almanaque de marras aparecía el todopoderoso mandatario ruso caracterizado, cada mes, de una manera diferente: montando a caballo a pecho descubierto, jugueteando con un cachorro de leopardo, disparando un arma o pescando truchas. El anuario era todo un despliegue de bravuconería, virilidad malentendida y patrioterismo con el que decorar las cocinas de las 'babushkas' a lo largo y ancho de la madre patria rusa. Son muchos los que, como yo, temen la testosterona de Vladimir y cruzan hoy los dedos deseando que ningún 'arrebato hormonal' le empuje a acariciar ese botón rojo nuclear que parece tener siempre al alcance de la mano.
Contrariamente al estilo reflexivo, indirecto y astuto consustancial a la naturaleza de los chinos, Pekín promociona últimamente -junto a Moscú- la custodia de la moral sexual tradicional y de los patrones de género hegemónicos, impulsando nuevas políticas nacionales que combaten una supuesta crisis de masculinidad en sus medios y centros educativos. Tal vez China, en su papel de nueva superpotencia, debiera abanderar un cambio en la manera de ejercer el liderazgo geopolítico global y hacer gala de la 'lucidez' que les conceden esos niveles de testosterona bajos, en vez de competir por cuánta cantidad de esta hormona bombean y mensurar los apéndices que dilata.
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