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Nos hemos instalado en el otoño. Los últimos días del prolongado verano septembrino han quedado atrás. Habían dado una tregua de sol y calor, pero ... la necesaria lluvia, al fin, y el frío nos convocan a lo que corresponde a este tiempo. Ya lo pensamos más a la hora de sentarnos en las terrazas. Me gusta este periodo de una matizada melancolía. De iniciar los programas previstos para el nuevo curso o dar continuidad a los que llevamos haciendo varios años. Como los niños cuando hace unas semanas volvieron al colegio, también nosotros nos alegramos de recuperar las relaciones vinculadas a las actividades (deportivas, culturales, solidarias) que conforman nuestro ritmo diario. Me gusta también ir a los mercados populares y ver los productos propios de esta época. Las manzanas que pintó Cezanne, las peras, los lujuriosos higos, los sacos con avellanas, nueces y castañas. Por cierto, en unos días, veremos por las calles, en la esquina de siempre, las clásicas locomotoras de mentira con sus ofertas de castañas. Aunque vayamos distraídos, su olor nos llamará para llevarnos un cucurucho y, de paso, calentarnos las manos algún día.

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