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Alguno de los asuntos más controvertidos del presente no encontrará respuesta cierta hasta que pasen años. Muchos, en algunos casos y pocos en otros. El transcurso del tiempo, dicta sentencias inapelables. Los ejemplos están a la vista, aunque no siempre se extraen las lecciones del ... pasado para aplicarlas al presente. Se quiere avanzar contra la lógica y la ciencia para, finalmente, aceptar el veredicto que dicta el paso del tiempo.
La controversia por la implantación de nuevas tecnologías frente al daño al medioambiente, el paisaje o la propia salud de las personas abre cada poco tiempo nuevos frentes. Los argumentos, a favor o en contra, de terminadas prácticas, no pueden decantarse hasta que las teorías puedan ponerse a prueba. Por suerte, en un plazo relativamente corto, aparecen resultados que otorgan la razón a quienes apostaron por determinadas decisiones.
Hace una década, un debate sobre el proyecto de utilizar residuos para alimentar los hornos de la empresa cementos Alfa, ubicada en la localidad cántabra de Mataporquera, movilizó a miles de personas que anunciaron catástrofes milenaristas si se utilizaban neumáticos viejos, debidamente troceados, como combustible para los hornos de producción de Clinker. Un grupo de expertos, o que simplemente agitaban títulos académicos para apoyar sus tesis, promovieron manifestaciones, escribieron manifiestos y trataron de impedir que un proyecto de economía circular se pusiera en marcha.
Pasaron los meses y finalmente la factoría de Alfa, inició la utilización de aceites degradados, neumáticos, disolventes, etc. para generar calor en los hornos de la fábrica. Han transcurrido ya unos años y ninguna de las predicciones catastrofistas se ha cumplido. Por el contrario, el uso como combustible de residuos de todo tipo, hasta orgánicos, ha servido para eliminar parcialmente el carbón o el fuel que se precisa para elevar la temperatura en la que se produce el Clinker, base esencial para el cemento. Con el uso de materiales fuera de uso como fuente de energía se evita la acumulación de residuos tóxicos y se contribuye a reducir el consumo de combustibles fósiles.
A pesar de ese hecho evidente, ninguno de los que lanzaron predicciones sobre los nocivos efectos de la iniciativa se ha disculpado. Apenas si existe interés por saber hasta qué punto ha mejorado la calidad de vida en Mataporquera desde la situación inaceptable de vivir en una eterna nube de polvo. Es más, ahora mismo alguno de los que equivocaron su diagnóstico lanzará sus teorías «científicas» sin que se le recuerde el error cometido.
Los santanderinos, cántabros, españoles y extranjeros que se asomen a las playas de Santander pueden ver el pésimo estado en que se encuentran. Hace años, el ministerio de Medio Ambiente, en el gobierno de Rodríguez Zapatero, y por mano de la ministra Cristina Narbona, encargó un estudio al prestigioso centro de investigación de la Universidad de Cantabria, el IH. De sus conclusiones surgió el acuerdo de construir dos diques en la playa de la Magdalena para evitar la desaparición del arenal. La oposición al proyecto tuvo fuerte eco popular, especialmente cuando se atribuyó la iniciativa al Ayuntamiento de Santander, que nada tenía que ver en el asunto. Finalmente se levantó el primero de los malecones y se produjeron manifestaciones, artículos periodísticos y la algarabía habitual.
El tiempo ha apagado las voces opositoras, la obra quedó a medio hacer y se avecina un verano en el que la Magdalena será más un pedregal que un arenal. Ahora, que ya los cántabros saben que el presente de las playas depende del gobierno central, los defensores de la Magdalena se han retirado discretamente y el ministerio no parece apurado por actuar. Apenas si se escuchan consignas para exigir que las playas de Santander estén en perfecto de revista. Mientras, el proyecto de proteger los arenales permanece a medio desarrollar
Como guinda de la tarta el fuerte/balneario levantado hace lustros entre la Magdalena y los Peligros sigue en pie, como una verruga en el paisaje de la bahía. Resulta que ese bloque de ladrillo, hormigón y piedra es ahora intocable. El tiempo ha gestado el milagro de transmutar la fealdad en belleza y de demonizar a quienes construyen edificios en la playa a proteger el atentado paisajístico.
La realidad debe hacernos reflexionar sobre la fragilidad de las modas y convencernos de que algo que ahora es inadecuado, e incluso peligroso, puede ser hermoso y seguro en un futuro no muy lejano. La historia está ahíta de ejemplos, desde los agoreros del siglo XVIII que creían que el ferrocarril sería inviable viajeros, porque a una velocidad de cincuenta kilómetros por hora el cuerpo humano no resistiría tanta presión, hasta quienes niegan que el hombre llegara a la Luna.
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